Prólogo

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Lo prometido es deuda...disfruten.

El día era lluvioso a las afueras de la residencia Somerset y se asemejaba bastante a como Beatrice se sentía.

—Mamá no te vayas por favor.—rogó la castaña aferrándose a las faldas de la marquesa.

—Cariño solo serán unos meses hasta que se arreglen los negocios de tu padre.

—¿Por qué no pueden arreglar sus negocios aquí?—inquirió su hermano bastante serio mientras sujetaba entre sus manos la colcha que cubría a su hermana menor, Lucy.

La marquesa no respondió.

—Unos meses lo prometo.—Bernadeth besó la cima de la cabeza de su hija y luego se acercó a Alicia quien se mantenía impasible.

De las dos gemelas, ella siempre era la más fuerte.

—Cuiden mucho a sus hermanas.—encomendó el marqués a Anthony y a Caterina y ambos asintieron.—Su tío vendrá en unas horas.

Franck a penas había terminado de hablar cuando la puerta se abrió subitamente y un hombre alto de contextura gruesa ingresó a la estancia.

—¡Tío!—los cuatro niños se lanzaron a abrazar al caballero.

—¿Estás seguro que podrás con ellos, Stephan?—inquirió su padre con tristeza. No quería dejar a sus cinco hijos solos, pero el viaje sería largo y no tendría tiempo para ellos por estar metido en sus negocios.

Estaban casi en la ruina y tenían que superar esta crisis.

—Confía en mí Franck.—dio un pequeño vistazo por el salón observando los cinco rostros de sus sobrinos.—Los cuidaré bien.

Anthony era el mayor, luego venía Caterina, después las gemelas (Beatrice y Alicia) y finalmente Lucy.

—¿Tío Stephan nos trajiste algo?—preguntó Alicia emocionada. Su tío siempre que viajaba les traía regalos de los sitios a donde iba y últimamente viajaba mucho.

—¡Alicia!—amonestó su madre.

—Claro.—sacó de su gabardina una pequeña muñeca y se la dió.—No seas tan dura con ella, Bernadeth.

—Gracias por todo.—Franck palmeó la espalda de su hermano menor y la marquesa le dirigió una sonrisa a medias.

—Buen viaje.

Los marqueses se subieron al carruaje que empezó a avanzar frente a las miradas llorosas de sus hijos.

—Les escribiré a menudo.—gritó la marquesa por la ventanilla antes de que el cartuaje desapareciera frente a sus ojos.

—Adentro todos.—ordenó Stephan tomando a la pequeña Lucy en sus brazos. Los niños lo siguieron.—¿Ya comieron?

—¡Sí!—respondieron al unísono.

—Entonces...¿qué hacemos?

—Un cuento.—sugirió Beatrice con la mirada gacha mientras iba a buscar de las estanterías de su casa alguna novela para que su tío leyera.

Stephan se sentó en uno de los sillones del salón con Lucy en brazos y los niños se reunieron a su alrededor abrigándose con el fuego de la chimenea. Una de las hijas de las doncellas los observaba muy de cerca.

—Ana ven unete a nosotros.—pidió Stephan con un gesto de su mano.

—¿Puedo?

—Sí, vamos que el libro que ha escogido Beatrice se ve interesante.—la pequeña niña acató la orden y se sentó entre Anthony y Caterina.—Veamos...—Stephan empezó a ojear las páginas mientras Lucy dormía plácidamente en su regazo.—Erase una vez en un reino muy lejano dos príncipes...—empezó con un toque drámatico.—el uno era muy apuesto y popular entre las jovencitas del palacio mientras el otro tenía problemas para relacionarse con las personas y era bastante tímido.

Cambiando tu historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora