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Londres 1830

Henry miraba a su amigo Adrien hacer cuentas y hablar con algunos de sus administradores mientras él se mantenía apartado bebiendo.

Los caballeros lo escuchaban atentamente y algunos tomaban apuntes para no olvidar nada. Su amigo era bastante exigente con sus negocios y debido a que reciéntemente abrió una nueva sucursal de su fábrica de vinos, tenía que organizarlo todo.

—Lord Devonshire es uno de mis socios.—lo presentó tomándolo por sorpresa.

Henry lo miró descolocado. Ciertamente había pactado uno que otro negocio con Adrien antes, pero nada muy significativo. Devonshire era el tipo de hombre que prefería la política y opinar en el parlamento a tener una larga charla de negocios y Grafton lo sabía. Por eso no insitía mucho en hacerlo parte de las grandes sociedades que tenía con otros nobles.

—Es un placer conocerlo, Lord Devonshire.—los caballeros lo saludaron.

Henry hizo lo propio y luego de unas horas se marcharon.

—Me sorprende verte tan temprano por aquí.—comentó su amigo guardando los documentos en su escritorio.—¿Sigues huyendo de tu madre?

—Me conoces bastante bien. —sonrió a medias.—Últimamente está más insoportable con su idea de casarme.

—Vas a cumplir los 30 el mes que viene, es entendible.

—¡¿De que lado estás?!—bufó.—Tú tienes 31 y nadie te dice nada.

—Eso es porque...no tengo padres que me molesten.

Sacó una copa y se sirvió un poco de licor. Henry frunció el ceño.

—Si me casó, lo haré a los 40, no ahora. Aún soy muy jóven para atarme a ese tipo de vida.

—Bien...solo no seas como Allan y alejate de las debutantes.

Su amigo el duque de Ruthland había perdido por completo la razón y se la pasaba entre malentendidos y problemas con la segunda hija de los Murgot, Lady Caterina.

—¡¿Debutantes?! Ja.

Rió Henry antes de que unos golpes en la puerta llamaran su atención.

—Adelante.—pidió Adrien y una jóven dama cruzo el umbral de la puerta. La pequeña damita de cabello negro y ojos mieles ragados entró mirando al marqués.

—No sabía que estabas ocupado, hermano.—la jovencita de 12 años caminó hacia Adrien.

—Solo es Henry, Celestine.

El conde la saludo con un pequeño ademán, pero la niña solo miraba a su hermano, o mejor dicho medio hermano.

Celestine era la hija bastarda de la marquesa de Grafton con uno de sus tantos amantes.

—He terminado mis clases.—advirtió jugando con la falda de su vestido.—Prometiste que cuando terminara iríamos a Hyde Park.

—¿Tienes algo que hacer, Devonshire?—curioseó su amigo.

—¿A parte de seguir huyendo de mi madre?...no. Las reuniones en el parlamento se cancelaron esta tarde.

Adrien asintió y luego miro a su hermana.

—Date prisa que nos vamos pronto.

La niña salió corriendo y Henry se puso de pie. Él no tenía hermanos y tampoco le hacían falta, pero esa ñiña era bastante importante para Adrien.

Cuando la marquesa de Grafton se largo a Dios sabe donde, Adrien intentó mantener todo en orden y luego de unos años se enteró de la existencia de Celestine. La bruja al igual que hizo con él, también la había abandonado.

Cambiando tu historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora