Perdóname

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Bruce se despertó sin saber dónde estaba, sus ojos no lograban adaptarse a esa luz brillante, y por supuesto que, para su mala suerte, la cama sobre la que estaba era demasiado incomoda. Le tomo unos minutos a sus ojos adaptarse a la luz del lugar y poder enfocar la vista, solo con ver el color blanco en todas las cosas a su alrededor supo dónde estaba.

Él odiaba los hospitales.

— Por lo menos no termine en el infierno —el murmullo que salió de la boca del científico parecía no ser suyo, su voz estaba más ronca de lo habitual y le costó bastante pronunciar las palabras.

— Yo no diría eso, en mi opinión los hospitales son muy similares al infierno —le respondió una voz a su lado.

Banner no se había percatado de la presencia a su lado, pero él conocía a la perfección la persona a la que pertenecía esa voz, la reconocería en cualquier lugar sin verla, había soñado cada noche de este ultimo año con ella.

Giró su cabeza solo para confirmar sus deseos más profundos, para corroborar que aún no estaba tan loco y que no estaba imaginando cosas. Y el mundo dejo de ser un poco tan oscuro en cuanto la vio allí, sentada en la silla junto a su cama, igual de hermosa que la última vez que la vio.

— Hola Doc —Natasha Romanoff estaba allí, sonriendole con la culpa escrita en su rostro.

Era eso o que estaba muerto y por eso estaba viéndola allí con él.

Los pensamientos inteligentes desaparecieron del científico, su cerebro no lograba unir dos palabras y mucho menos pronunciarlas. Al parecer el tiempo que había invertido imaginando todo lo que le diría si pudiera hablar con ella una sola vez más habían sido horas perdidas.

— Lo siento Bruce, lo siento de verdad, hable con Steve y él me dijo algunas de las cosas que mencionaste cuando fue a visitarte a tu departamento. Te juro que nunca fue mi intención abandonarte o dejarte solo, solo quería hacer lo correcto —ella estaba mirándolo con una mezcla de tristeza y arrepentimiento.

Pero las palabras que le decían no tenían importancia, todo lo que había sentido, todo el dolor estaba en un segundo plano porque ella estaba allí: mirándolo y hablando con él. No le importaba que Fury le hubiera dicho que estaba viva, aun cuando le había afectado y dejado en shock no era lo mismo que tenerla en frente suyo. Era como si recién ahora que la veía todo el peso de la realidad le hubiese caído encima.

La creencia popular de que los hombres no lloran no estaba aplicada a Bruce, las lágrimas se habían acumulado debajo de sus ojos nublando su vista. No le importó la vía que tenía conectada en su antebrazo, o tener el hombro vendado y el brazo con un cabestrillo. Se movió rápidamente, casi de un salto, hacia la pelirroja y la abrazo como pudo con las partes de su cuerpo que aun podía mover. Allí fue cuando el peso de todo cayó encima de él y rompió a llorar, liberando todo lo que había cargado dentro por primera vez.

Lloró por todo lo que sufrió en su vida, dejando ir el dolor que le produjo cada hecho que lo marco en su vida: cuando entendió de niño que con la muerte de su madre siempre estaría solo, cuando comprendió que Betty ya no lo amaba y había seguido con su vida, cuando se dio cuenta que ya nunca tendría a su mejor amigo para escucharlo y apoyarlo, cuando cayó en la realidad de que Nat no volvería a estar a su lado nunca más, cuando entendió que sin ellos estaría solo.

El tiempo paso y él seguía abrazando a la pelirroja, sabía que le había dejado su hombro empapado con sus lágrimas, pero tenía miedo de que desapareciera si la soltaba, estaba aterrorizado que en realidad todo fuese un sueño y nada de esto estuviera pasando de verdad.

— Si sigues llorando así sacaras de tu cuerpo el poco líquido que logramos introducirte con más sueros de los que podría contar—la primera sonrisa sincera en meses apareció en el rostro del doctor— Hablaba en serio cuando decía que lo siento, Bruce —el tono de pena había regresado a la mujer, logrando hacer sentir muy mal al científico.

Una Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora