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Lloraba todas las noches. Sufría todos los días. Psicólogos del centro se ofrecieron a ayudarme sin ningún resultado.

No sabéis cuántas veces deseé morir. No sabéis cuántas quemaduras me he hecho en la piel con los nombres de mis familiares a los quince.

A los quince me daba todo igual. Comencé a fumar a escondidas, solo para hacerme daño a mis pulmones y para quemarme y pintarme nombres. Sólo para eso, para nada me gustaba. Comencé a beber todo lo más horrible para el riñón. Solo para lastimarme también. Hacía novillos en el colegio, y me daba igual lo que dijieran los maestros.

Hasta que llegó él. Me conoció, me entendió, me ayudó y me aconsejó.

Aún tengo esas palabras en mi mente. ──Da igual como o dónde esté tú familia, da igual que una de tus hermanas y tu propia madre no aguantaron y acabaron con sus vidas. Demuestra que eres diferente. Demuestra que tu puedes llevar y superar ese dolor. Demuestra que tú has sido la que a sido capaz de seguir viviendo. Diana quería eso.──

Ese día. Él día en el que encontré a Emma en  el baño, aunque dos años después. Sané mis quemaduras con agua oxigenada. Dos días antes de mi cumple.

Él día en el que Diana cayó entre mis brazos y no volví a oirla reír en mi vida. Dejé de beber alcohol para beber agua.

Y desde mis dieciseis. He sido lo contraria a mi familia.

Quiero cuidarme, quiero seguir viviendo.

A día de hoy. Tengo veintinueve años. Vivo en un piso con mi esposo y tengo una hija.

Esta, es igual a mí, los ojos azules, el pelo negro liso... O eso dice todo el mundo.

Yo pienso que se parece a Diana. Por más que Diana y yo fueramos gemelas. Para mi,  mi hija es Diana.

Mi hija se llama Emma. Tiene su humor.

Aunque la sonrisa es de su padre. Ya que, nadie tiene la sonrisa de Diana.

Soy Mireya. La única sobreviviente.

Soy Mireya, y estoy viva.

Viva. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora