Amaia
Tras varios orgasmos salimos de la radio para irnos a comer e intentar disfrutar de la vida de pareja pero, todo se nos va a la mierda al encontrarnos a toda la prensa rosa que existe en la entrada del edificio mientras nos vuelan a preguntas
-Alfred, Amaia, ¿alguna declaración sobre los rumores?
-¿Los des-mentís?
Preguntas de ese tipo comienzan a gritar mientras Alfred solo se pronuncia para pedir paso y dejarnos marchar, cosa que logra.
Al montarnos en su coche las miradas de incertidumbre y molestia caen en nuestros ojos, al ver como los periodistas comienzan a vernos decidimos ir a mi casa para averiguar que ha ocurrido.
Estamos en completo silencio salvo por la música sonando a través de la radio en cambio, mi cabeza está más parlanchina y pensativa que nunca.
¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Qué pasará con nosotros?
La últimas veces me dejo por la prensa y sus habladurías. ¿Lo volverá ha hacer? ¿Me dejará aún más sola que las anteriores?
Aparca en mi garaje apagando cualquier ruido, haciendo que solo se oigan nuestras respiraciones descontroladas. Nos miramos mutuamente y me doy cuenta de mi incapacidad de superación si me deja en la estacada por ello me abalanzo sobre el besándolo con todo el amor que siento por él. La sorpresa no impide que se entrege aunque, confuso por la situación, comienza a apartarse y yo noto un creciente vacío en mi.
-Amaia- dice suspirando- no es que me queje pero hace un momento- lo interrumpo con otro beso
-Ahora no, Alfred, por favor- le suplico tras separarme de nuevo y mirándolo fijamente.
En modo de respuesta, intercambiamos los roles y es él quien me besa esta vez. Nos desprendemos incómodos de nuestra ropa pero con ganas de entregarnos al otro y conseguimos deshacernos de mi blusa junto la falda subida y bajarle los vaqueros a la vez que los calzoncillos.
Sin preámbulos, me deslizo sobre su pene de manera brusca y empezamos un vaivén duro y rápido marcado por las fuertes embestidas. Intento acallar mis gemidos cada vez más audibles en su cuello mientras él lo hace mordiendo mi hombro. Noto exactamente como se corre en mi interior, haciendo llegar mi orgasmo.
Me desplomo sobre él a la vez que intentamos calmar nuestras respiraciones y, sin pensarlo, sale de mí mi mayor temor
-No me dejes Alfred, por favor- susurro en su oído y siento como su piel se eriza
Reparte besos sobre mis hombros y cuello mientras me rodea con sus brazos mi cuerpo semidesnudo.
-Nunca, ¿me oyes? Nunca Amaia- confiesa mostrando todo su amor a través de sus ojos y yo solo puedo besarle intentando enseñarle cuanto lo amo.
Nos quedamos abrazados mutuamente en el coche, repartiendo caricias a nuestros cuerpos, obviando al mundo y su realidad, a la que pronto tendríamos que enfrentar pero ni ahora ni hoy.