Prólogo

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Emmilly Ernest, era la típica chica millonaria de ciudad, con un rostro fino y delicado, con fracciones aniñadas, los labios finos y rosados, las cejas pobladas, el pelo negro largo, y los ojos, lo mejor de su fisionomía, unos precioso ojos almendrados de color verde, con espesas pestañas. Pero no sólo su rostro era perfecto, también su cuerpo.

A sus veinticinco años, Emmilly  era una mujer bien dotada en muchos sentidos. Tenía un par de senos redondos, el trasero de un tamaño más bien grande y firme. Era de abdomen plano y de cintura pequeña, no era demasiado alta, pero como chica de sociedad era experta haciendo que sus piernas lucirán espléndidas con un buen par de zapatos.

Físicamente ella era perfecta, en la Ciudad de México ella había participado en varios certámenes de belleza y en una ocasiones había ganado. Había salido en varias revistas de moda y tendencias e incluso había sido invitada a modelar el conjunto base de la colección de año nuevo de VS. Pero aún así, ella no era la típica modelito descerebrada, había estudiado la carrera de negocios en la universidad.  Ella era inteligente y jamas se rendía. Pero todas estas cosas no fueron suficientes para llenarle el alma y por eso ella busco lo único que no había tenido en su vida, el amor. Aunque quizás no lo encontró en la persona correcta o quizás no era amor.

Adrián Valencia, en cambio, siempre fue un hombre de campo. Sin tantos recursos, pero aún así, era un hombre trabajador y responsable. Guapo, por supuesto, o bueno, más que guapo. Adrián era un hombre con un rostro masculino y delineado.

Tenía una nariz recta y unos ojos grises que parecían penetrar almas, el cabello lacio y castaño oscuro, las cejas negras y pobladas y las pestañas largas, muy largas.
Físicamente era alto, musculoso, pero no de la manera sencilla, el poseía un cuerpo ostentoso, ejercitado y endurecido por el duro trabajo de campo. No era para nada delgado aunque no tenía una alimentación muy buena.

Había estudiado en la universidad gracias a una beca que consiguió por su buen desempeño.
Lucho muy duro y al final, a sus veintiocho años era un hombre soltero y dueño de una enorme fortuna amasada con sus propias manos. La hacienda más productiva del lugar le pertenecían a él. Pero en su vida faltaba algo indispensable para un hombre. No hablo de sexo, porque eso lo tenia cuando lo deseaba con cuanta mujer del pueblo se le antojaba, más bien, hablo de una mujer que le diera a su vida, el rumbo que le faltaba. Una esposa y muchos hijos. Para eso necesitaba salir y explorar nuevos horizontes.

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