Todo el tiempo del mundo.

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Llega a mis oídos la inconfundible melodía de The drug in me is you.

Sin volverme acerco la mano a la mesita de noche y cojo el móvil al tacto.

Apago la alarma y reviso las redes sociales antes de levantarme, como de costumbre.

Anoche decidí que madrugaría para estudiar, hacer un justificante falso (increíble) y darme un baño antes de afrontar el día.

Aún con el pijama puesto me siento en el escritorio y cojo el modelo de justificante que entregaron en el instituto. Relleno los datos y solo queda la firma. Decido que la de mi padre es más fácil. Hago un par de pruebas en un folio y, cuando me convence la imitación, repito la operación en el justificante. Una cosa hecha.

Después cojo un par de folios más y abro el libro de matemáticas.

Leo el resumen sobre progresión aritmética y paso a los ejercicios.

Después de corregirlos todos, guardo los apuntes en una carpeta y bajo a la cocina, dispuesta a desayunar.

La planta baja está vacía, por lo que mis padres y mi hermano deben de seguir durmiendo.

Miro el reloj de pared que hay al lado del frigorífico, sólo son las nueve.

Pongo una cafetera al fuego y dos rebanadas de pan en el horno. Saco el aceite de otro armario y cojo el azúcar de la encimera. Cuando me dispongo a apartar el café alguien llama al timbre.

Pienso en mi padre, que suele salir a comprar el periódico temprano, pero descarto la idea, se habría llevado las llaves. Aparto el café, no quiero arriesgarme a quemar la casa, y saco el pan del horno.

Lo dejo todo sobre la mesa de la cocina y me acerco a la puerta. Levanto la mirilla y no veo a nadie.

Quienquiera que fuese ha debido cansarse de esperar.

Vuelvo a la cocina, y cuando estoy sirviéndome el café vuelven a llamar al timbre.

Me acerco nuevamente a la puerta y vuelvo a asomarme por la mirilla.

Encuentro una espalda ancha y una cabellera masculina, rubia. Me echo un vistazo rápido, voy en pijama. Subo corriendo las escaleras y abro el armario. Los pantalones, negros y ceñidos, me sirven. Cambio la camiseta rosa con un gatito en el centro por una básica blanca. Me peino un poco, usando el móvil a modo de espejo y vuelvo abajo. Abro la puerta intentando hacer el menor ruido posible, cojo las llaves y salgo al jardín.

Allí me encuentro con sus ojos negros, que observan la hilera de casas, dudosos.

-Vives en una ratonera.

-¿Para eso has venido?

-Ni siquiera yo se para qué he venido-dice bajando la mirada.

Me recorre de los pies a la cabeza y sonríe.

-Has adelgazado.

-¿Qué quieres? Tengo cosas que hacer.

A pesar de mis intentos por ser amable, con él es imposible, aún después de un cumplido.

-El otro día saliste ilesa.

-Tú también, todos contentos.

-Yo no salí ileso del todo.

-No te creo. Estoy muy ocupada, lo siento.

'Otro día más'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora