Sábado.
Tan solo ha pasado un día desde el abrazo de Ángel, y ya siento que me caigo del cielo.
Y es que no puedo estar ni un segundo sin pensar en el.
¡Que tonta he sido! ¡Debería haberle pedido el numero de teléfono!
Pero es que a las chicas como yo no nos suelen dar muchos.
Ni siquiera solemos pedirlos.
Si tuviera que clasificarme en alguna especie de grupo de chicas, seguramente estaría en el de las tímidas sufridoras silenciosas, o algo parecido.
Entonces caigo en la cuenta...¡Es sábado!
¡Todo el mundo sale los sábados!
Seguro que Ángel también.
Pero en seguida aparto de mi cabeza esa idea.
¿Por qué?
Punto 1-No tengo amigas con las que salir.
Punto 2-Una marginada social no puede salir de fiesta y esperar divertirse.
¡Ya sé!
¿Cuándo era la próxima reunión del club?
Busco rápidamente en mi agenda.
Mierda.
Es el próximo martes.
Tres días más.
Mi cerebro esta en tal estado de caos que hasta llego a pensar que era una broma.
Sí, eso es lo más probable.
Ni siquiera me dijo una fecha o un lugar.
Y buscando en el baúl de los recuerdos, empiezan a volar imágenes por mi mente.
Sus ojos.
Su sonrisa.
Sus amigos.
Sus insultos.
Y todo no es color de rosa.
Seguía sin comprender por qué le había dado una segunda oportunidad.
En esos momentos me sentía estúpida.
Definitivamente, si esto es el amor, es una mierda.
Y es que no quiero quedarme prendida en la mirada de nadie.
No quiero quedarme atrapada entre los brazos de ninguna persona.
Porque si algo me ha enseñado la vida es que nadie se queda para siempre.
Y el problema es que hasta ahora había estado bien sola.
No había necesitado a nadie. Mi felicidad dependía de mí, y sólo de mí.
Y, sin embargo, había perdonado a un capullo y no me lo podía sacar de la cabeza.
Pues sí, esta marginada social necesitaba salir de fiesta.
Pienso en Mercedes, tal vez aún no haya quedado con nadie.
La llamo.
-¿María?
-Si, soy yo.
