El tiempo ha vuelto a ser incomprendido y no por la falta de actividad que lo consume, sino por la falta del premio al final del día.
Dormimos cuando el cielo nos muestra más estrellas de las que podemos contar, pues, su manto negro es tan denso que me borra. Despertamos con el cantar de un gallo que alerta al sol naciente que ansioso nos encandila. Comemos cuando la boca del estómago nos arma alboroto.
Así se pasan los días: entre paciencia y cartas.
La mañana ha sido de rebeldía, lo ha ordenado mi madre, ha dicho mientras enciende el aire acondicionado y se acuesta para continuar durmiendo ─No seremos zombies, no lograran desesperarnos, estamos bien─ ha pasado días sin luz, intentando rendir el agua, rezando porque no se dañe la comida; y cuando esta llega, resulta ser de madrugada, la hace correr para llenar cada perolito de agua y revisar los electrodomésticos. Esta mañana fue diferente, ella no se dejó obligar.
Por la tarde escucho a las cigarras cantar y mi madre ─ Ellas cantan y mueren─ me dice ─Ellas cantan avisando que viene la lluvia, lo hacen fuertemente y cuando se callan mueren─. Llegan los loros en pareja y se quedan en el árbol de mango, intentamos distinguirlos. Por el calor de la alta hora le nace una gota, le camina por la frente y el cuello, me dice ─Ojala pronto dé mangos─.
Ha caído la noche y mi madre, otra vez, intenta hacer un mechurrio, duran poco encendidos pero no se rinde, nos vemos las caras y cenamos ante su luz. Han llegado los zancudos y ella humea la casa con un cartón de huevos. Hablamos de los ayeres y el hoy sienta bien para un recuerdo.
Ophelia D'Petra
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A la luz de una vela
Non-FictionDiario de una joven en sus 20 años. Quién aprende a vivir en el nuevo ambiente social, manteniendo cierta estabilidad por amor a la costumbre de aquella infancia y juventud lejos de una novela rosa. Textos de la realidad con emociones descubiertas...