Habíamos optado por el transporte de las seis y media de la mañana, ese se ha de tomar en la esquina de la cauchera, entrado a la parroquia. Nosotros quienes vivíamos a un centro comercial y a cuatro urbanizaciones de distancia, decidimos despertar a las cinco de madrugada. El trayecto, individualmente era una ardua rutina física que permita reflexionar; sin embargo, íbamos juntos, yo intentando seguir su paso y él siendo guardián.
Caminábamos juiciosos, me tomaba de la mano. Hablaba del pasado.
El cielo era obscuro y el clima fresco. Mi cuerpo mantenía un ritmo que de no ser por la compañía hace tiempo hubiera desertado. Los autos eran escasos y en la acera pocos obreros, Jesues y nosotros.
Pasamos las urbanizaciones, la vía, y nos postramos en aquel semáforo ya repleto de gente. Se nos informó que aquel bus esperado iba a pasar, pero nos ignoraría, que buscáramos otra alternativa.
Él estaba sentado en la escalera de alguna bodega escuchando; los planes habían cambiado. El primer bus que paso era indicado para sacarnos de ese lugar, ya no éramos dos lo que estábamos en la lucha, quedamos en la puerta tal cual bandera.
Con él de perfil, podía ver su barba grisácea, su escasa cabellera, las arrugas en su frente y la gravedad adueñada de sus mejillas. Allí, aferrado, me mostraba lo fuerte que aún era; que solo era otro laborioso día. Veía ahora sus flacos brazos de resaltantes venas. Tras él, el cielo degradándose por el naciente sol. Ese era mi padre de esa mañana.
. . .
La situación por la que pasamos nos ha obligado a buscar alternativas para sobrevivir y lo esencial es el dinero para buscar otros sustentos. Ya en sus 50s a mi padre se complicaba conseguir trabajo, en las puertas que tocaba le decían peros, se sentía derrotado y las opciones eran escasas, pues, como él había varios.
Ese hombre llegaba a casa cabizbajo, con impaciencia e intolerancia. Nos habíamos vuelto zona de guerra.
Él, que con sus manos conseguía comodidad, estaba al borde del colapso, no podía más, la edad se hacía notar. Mi padre, a quien abastecer la nevera era sinónimo de amor, se quedaba sin cuerpo por las largas caminatas y sin sueños por las madrugadas para las colas.
. . .
Las maletas están preparadas en ellas lleva la ropa necesaria, solo dos y un bolso de mano en el que lleva un poco de todo, pues el camino es peligroso.
No hemos popularizado la noticia de su partida, no queremos una despedida entre lágrimas de amigos y familia, siempre nos hemos aferrado a que la familia éramos los cuatro: padres y dos hijos.
Ha pasado un tiempo desde aquellos momentos en los que se me cuidaba como niña y es que las cosas han cambiado abruptamente, mi padre, ya no se encuentra en casa.
. . .
Me siento en la blanca mesa y tomo mi taza de peltre, me enaltezco y le doy oportunidad al tinto de que me avive.
Escucho la cerradura de la puerta y su ligero abrir, unos pasos por el pasillo, me quedo viendo y espero que mi padre aparezca, pero no hay nadie, es solo mi mente jodiéndome la vida que ahora tengo.
Ophelia D'petra
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A la luz de una vela
Non-FictionDiario de una joven en sus 20 años. Quién aprende a vivir en el nuevo ambiente social, manteniendo cierta estabilidad por amor a la costumbre de aquella infancia y juventud lejos de una novela rosa. Textos de la realidad con emociones descubiertas...