Amanecí en casa de alguna tía, estuvimos celebrando, les dije que desayunaré y me iré, pues, tengo una reunión.
Mi tío se ofreció a llevarme a casa de una amiga; había pretendido irme sola, pero el transporte era escaso rayando en lo nulo. Pasamos las licorerías, gente en sus entradas durmiendo y otros cargando cajas de cervezas, nos persignamos al pasar la iglesia, saludamos a cuanto conocido vimos.
Hace dos días que fue año nuevo, de las tradiciones mantuvimos poco y el reunirnos fue casi obligatorio. Intentamos animar el ambiente a pesar del desgano por la situación. La familia contaba el dinero convertido y de él se hacía lista para las prioridades; la matriarca era el pilar para tanto esfuerzo.
Pasamos la víspera entre charlas, vídeo llamadas y alcohol. El primer día del año nuevo fue para el hermano menor de mi madre, quien cumplía cuarenta y tantos años, la celebración no paró.
Observé con atención las calles, estaban desoladas, poco era la música que se escuchaba en una que otras casas.
En cada esquina bolsas apiladas de basura en espera del camión, para cuando este llegara serian solo bolsas, pues, eran el trofeo de la lucha entre perros callejeros y personas. La gente no se retraía, estaban en modo supervivencia y si debían pelear con animales entonces lo hacían como los mismos.
Niños espectadores, todos contemporáneos en edad y la mujer embarazada, su panza tan enorme, parecía que en cualquier momento estallaría; el resto seguía hurgando, con suerte conseguirían tomates añejos o las puntas de yucas que no se lograron vender. Los perros disgustados aun sabían que en la jerarquía los humanos estaban por encima, por un momento se me encendió la conciencia emocional, sentí pena por la escena y lastima por esa familia. Estaban haraposos, con los costillares totalmente expuestos y las barrigas inflamadas por los parásitos, un vil cuadro. Mi mente tuvo el deseo de criticar para equilibrar un poco el pesar que me arrugaba el corazón, se posaron mis ojos en la madre, conté los muchachos a su espalda, su rostro estaba arrugado por el sol y la roncha que pasa, era joven. La he visto antes; en la parada de los buses, siempre coqueta, vestida para llamarla atención, me parece bien, cada quien con su gusto, pero ella, se la pasa con los carteristas, detiene el bus, se acerca al colector para que le dé su parte, va hacia el chofer y le sonríe. Se escucha a una chica gritando <<¡Déjame el bolso, pues, chamo!>> las personas en la puerta se amotinaron, la mujer golpeo el bus para que se fuera; tiene pequeños trabajos. Cada quien tiene alguna excusa para hacer su porquería, pero ahí estaba con sus crías buscando entre la basura mientras se gasta lo que consigue en aguardiente y cigarros, todo artesanal. Los perros eran pobre víctimas de los humanos y sin embargo los he visto caminar la pasarela para cruzar la calle.
Llegue a donde mi amiga, comimos un humilde almuerzo navideño, chuchamos mientras jugamos charadas y cultura chupística hasta la madrugada que llegué a casa, caminando firme hasta la cama, escuchando a mi mamá decir que esperaba le trajera algo <<En la nevera una bandejita con torta>> le dije acostándome ya con los ojos cerrados.
Ophelia D'Petra
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A la luz de una vela
No FicciónDiario de una joven en sus 20 años. Quién aprende a vivir en el nuevo ambiente social, manteniendo cierta estabilidad por amor a la costumbre de aquella infancia y juventud lejos de una novela rosa. Textos de la realidad con emociones descubiertas...