Bítacora

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Mayo, veinte.

Mil novecientas treinta horas

Se ha cortado la energía eléctrica, como prevención al cuidado de los electrodomésticos hemos decidido desconectarlos para que el golpe de luz al regresar no los afecte.

Encendemos un caracol, su deber es matar a los zancudos, hacernos la noche tolerable.

Busco aquella pequeña cosa para alumbrar mi camino: Una vela, la mejor amiga para luchar contra las pesadillas creadas por mi vibrante imaginación.

Dos mil horas

Aún en penumbra. Me encuentro supuestamente sola en la habitación.

El leve humo venenoso es fuerte, lo tuve que apartar porque se metía en la garganta. Creo que los zancudos han evolucionado para resistirlo.

Queda poca sangre en mi cuerpo, gracia de esas plagas casi bíblicas quienes por gula se alimentan de mí. Estoy marcada por ellos. Mi piel hinchada y hormigueante me recuerda el monte en el que vivo.

El calor sofoca. Quiero alejar la linterna natural de mi cuerpo, pero, quiero más mantenerme con vida.

Observo como la vela se derrite y a medida que se extingue me desespero.

Dos mil cien horas

Me preocupa la migraña que me causó el caracol, más porque los zancudos siguen zumbando en mis oídos, acaso ¿me confundí de veneno? ¿Es en realidad para humanos?

Mis ojos se cierran solos y se abren con complicación. Estoy pesada como plomo y como él mismo es imposible únicamente con mi alma levantarme.

Ha muerto la vela.

Dos mil doscientas horas

El fuerte olor, el dolor de cabeza a que se le suma el desvelo y la pérdida de sangre me hace pensar en el cuento de Frank Kafka Metamorfosis.

Dos mil doscientas treinta horas

Acaba de llegar la luz.

No quiero encender la bombilla, pues, temo que al verme en el espejo este revele al bicho que me siento y descubrir que aquello no era un fábula sino una anécdota. 


Ophelia D'Petra

A la luz de una velaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora