SAMWELL (1)

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La luz de la luna se colaba por una ventaja junto con el frío y la nieve, y brillaba a sus espaldas. En frente, las llamas, oblicuas y danzantes, se atenuaban dejando a sus ojos luchando por descifrar las letras incrustadas en las amarillentas hojas de los magníficos ejemplares que se encontraban en la biblioteca de Winterfell. Lo que quedaba en los candelabros de bronce luego de que cada una de las velas se consumiera, eran solo ríos de cera blanca.

El Maestre Wolkan le había dado completa autorización para examinar los antiguos libros que la Casa Stark guardaba tan celosamente en su biblioteca privada; libros que ni siquiera se encontraban en la Ciudadela donde Sam estudió. Sin embargo, y muy a pesar de sus sobrados esfuerzos, el joven Tarly no había sido capaz de encontrar nada relevante en sus más de cinco meses de búsqueda exhaustiva.

A petición de Lady Sansa Stark, Samwell investigaba con diligencia las notas que los Maestres a lo largo de los años dejaron acerca de los más crudos inviernos, pero en ninguno de los escritos se mencionaba nada referente a los terrores de la Larga Noche que se avecinaban sobre ellos, y la frustración de Sam comenzaba a notarse cuando la penúltima vela se apagó y sus ojos desnudos vieron la silueta de Guilly que se adentraba en la biblioteca con una poco de sopa caliente.

En un resoplido, Sam apagó la última vela, y se vio obligado a volver a prender todas las luminarias.

—No camines —le habló a Gilly—. Ten cuidado —le advirtió. Sam no quería que nada le sucediera a la joven y temía por su nonato hijo.

—Está bien —sonrió la muchacha—. Me sentaré en uno de estos bancos— le dijo la muchacha palpando la madera de cedro de uno de los bancos e inclinándose lentamente sobre él. Cuando Sam hubo encendido todas las velas, la joven le habló—. Te traje algo de cenar.

En la penumbra, el rostro de Gilly se sintió esperanzador y era como un dulce bálsamo para el abrumado Sam.

—Gracias —le sonrió el hombre y tomó asiento junto a ella.

—¿Aún sigues leyendo esos libros, Sam?—preguntó ella. Su entrecejo se frunció en señal de duda y sus manos acariciaron su creciente vientre, próximo a dar a luz. Los pequeños ojos de Sam se enfocaron en las patadas que el niño daba en el interior de Gilly.

—¡Va a ser un niño muy fuerte! —sonrió Sam con un orgullo palpable en su rostro. El orgullo de cualquier padre ante su hijo.

—No has ido a ver a Jon aún —le dijo Gilly. Tan pronto habló, el muchacho desdibujó la sonrisa de su rostro y regresó al libro que estaba leyendo.

—No quiero presentarme en frente de él hasta que complete la tarea que me encomendó —se sinceró Sam dando un sorbo de la condimentada sopa de conejo. Gilly sonrió y se mostró orgullosa del hombre al que amaba y su honor.

—A Jon no le molestará —le dijo la muchacha—Él estará feliz de verte —continuó—. Él es tu hermano.

—Lo sé —asintió Sam—. Lo sé.

En su cabeza danzaban las imágenes de todos los años que Jon estuvo junto a él, y de todos los abusos de los que lo salvó; los honores que le dio siendo Comandante de la Guardia de la Noche y de la humildad del que era, sin duda alguna para Sam o Bran, el legitimo y más necesario heredero del Trono de Hierro de Westeros, no por los títulos que ostentaría una vez que su legitimización fuera pública, sino por la pureza de su corazón y su incuestionable sentido de la justicia y del honor.

—Aún así, solo iré a verlo cuando descubra algo que pueda ayudarnos en esta conteniendo —aseguró el hombre regresando a las amarillentas páginas del libro frente a él—. Y a decir verdad, eso no será pronto, pues no logro encontrar nada que nos ayude contra los muertos.

The Last War [Game of Thrones Season 8]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora