Reinas de Poniente

Sansa (5)

El día antes de su llegada a Invernalia en el Norte cayó una tormenta de nieve. Sansa tuvo que hospedarse en el Castillo Cerwyn antes de poder avanzar hasta su hogar, aunque realmente no tenía una gran emoción por llegar a su castillo, solamente ver a Bran la hacía sentir algo de felicidad de volver a Invernalia.

Cuando partió de Rocadragón esperaba que cuando estuviera por subir al barco, Daenerys la detendría y le pediría que se quedara con ella, asegurando que declinaría la oferta de Jon. No lo hizo. Sansa se repitió en todo el camino a Puerto Blanco lo idiota que era, se sintió como la estúpida niña con estúpidos sueños que nunca aprende que solía ser. Sabía que Daenerys no dejaría nada por ella, incluso cuando Sansa arriesgó la confianza que Jon le tenía por proporcionarle al Valle en su ejército. Ella solo sabía que no podía pedirle a Daenerys que abandonara una estrategia que le asegurara el Trono de Hierro. Cuando estuvo en el Valle con su tía Lysa se planteó que nadie se casaría con ella por amor, sólo lo harían por sus derechos sobre el Norte por ser Stark, el Tridente por ser Tully y el Valle por si su primo moría, aún así tenía la ilusión de que el día que se enamorara le corresponderían de la misma forma, de niña soñaba con un caballero o algún señor o príncipe que daría la vida por ella. Sin embargo, ahí estaba ella enamorada de una reina sin ser correspondida.

Cuando llegó a Invernalia la recibieron los señores del Norte que estaban en el castillo preparándose para la Gran Guerra, en cuanto entró por las puertas vio a Jon sonriéndole, pero lo que más le conmovió fue ver a Bran en una silla con ruedas mirándola fijamente.

—Hola, Sansa —había dicho casi sin expresión.

Sansa no pudo evitar soltar algunas lágrimas mientras la ayudaban a bajar de su caballo, corrió a abrazarlo y este le devolvió el abrazo apenas. Bran estuvo serio la mayor parte del tiempo que estaba con ella y Jon le explicó que había ido más allá del muro a convertirse en algo llamado Cuervo de Tres Ojos, también le dijo que podía ver al Rey de la Noche y que estaban muy cerca del Muro. Sin ánimos de hablar mucho con Jon, Sansa se retiró a sus aposentos, los que antes eran de sus padres. Se sentía destrozada al estar de vuelta, como si su visita hubiera sido para nada, claro que habían minado el Cristal de Dragón para la guerra, pero Sansa prefería haberse quedado ahí y evitar enamorarse de Daenerys porque al fin y al cabo ella se casaría con Jon y le romperían el corazón. Y no había nada que Sansa pudiera hacer para evitarlo, y si pudiera no lo haría.

Había esperado que Daenerys tardara en llegar al Norte mientras guerreaba contra Cersei en Desembarco del Rey, de esa forma podría sanar un poco su dolor. No obstante las noticias llegaron rápido al Norte, el cuervo que llegó de la Ciudadela decía que Cersei Lannister había sido asesinada y Daenerys ascendió al Trono de Hierro, Sansa se alegró de escuchar sobre la muerte de esa mujer de una vez por todas, pero aquello significaba que Daenerys estaba en camino al Norte.

Una mañana de invierno la despertaron muy temprano para que saliera a recibir a alguien en la puerta y Sansa sintió un terrible miedo al imaginarse que Daenerys había llegado. «¿Tan rápido?», se preguntó mientras se vestía. Pero para su grata sorpresa quien estaba en las puertas no era Daenerys, era su hermana, Arya. Al verla una felicidad le recorrió el cuerpo, no sabía si Arya volvería a Invernalia, ni si se volverían a encontrar, pero ahí estaba su pequeña hermana. No dudó en ir a abrazarla en cuanto la vio, y se alegró de sentir que Arya también le había abrazado fuertemente, después de todo eran familia. Después de haberse reencontrado, Arya le avisó a Sansa, Jon y Bran que Daenerys llegaría pronto, ya que ella había dejado Desembarco del Rey un día antes que la reina.

—¿Hablaste con ella? —Le preguntó Sansa cuando estuvieron solas.

—Lo hice —contestó—, le insté para que viniera lo más pronto posible.