Capítulo 20: Analepsis

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—Felicidades por ganar el primer puesto—dijo el mayor sin quitar la vista del camino.

—Tks, era obvio—respondió el menor. Ambos aprovechaban su compañía a solas para charlar, ya que el menor había tenido su competencia de natación fuera de la ciudad y él fue su tutor a cargo de llevarlo en el auto de la escuela.

—Lo sé, lo sé—soltó una risilla, para después suspirar—. Me gustaría celebrar contigo, pero tengo cosas que hacer, y una junta hoy con la directora.

—Nunca tienes tiempo para mí—dijo cruzando sus brazos y mirando por la ventana.

—Al contrario. Todo mi tiempo libre te lo dedico a ti. Te amo, pequeño...—las palabras del mayor sonaban con gran sinceridad, incluso se le podía divisar un tierno sonrojo.

—Desearía que no fuera sólo tu tiempo libre...—susurró.

—Pues tal vez si fueras a clases...

—¡No es eso!—replicó—. Hmph, es imposible hablar contigo...

—Sé a qué te refieres, sólo jugaba—aprovechó el cruce del tren para detenerse y ver al menor—. A mí también me gustaría gritarle al mundo entero lo nuestro, pero simplemente no sería bien visto.

—Lo sé—no veía al mayor, su mirada se perdía en la ventana contigua a él—. Odio esto.

—Es increíble—el peliazul lo vio—. Me refiero a que has madurado mucho. Cuando te conocí insistías en que no importaba que fuera un adulto. Tú ahora ves las consecuencias.

—Tuve que madurar—colocó sus brazos detrás de la cabeza—. Mi padre necesitaba un sostén, era mi turno de ser el suyo.

—Lo sé... Me tocó ver parte de ese proceso, antes de irme, claro.

—Ya sé... Te perdiste de muchos problemas.

—Y te felicito por poder hacer lo que no cualquier hijo está dispuesto a ser por sus padres—tomó su mano y la besó. El menor volteó a verlo.

—Ya lo pensé bien, y estoy listo—miró los ojos del mayor y sonrió.

—¿Para qué?—preguntó confundido.

—Gog, estoy listo para conocer a tus padres...

— ¡¿Qué?!

***

—No...—susurró, todavía en ese extraño trance en el que se encontraba por la información que se rehusaba a aceptar.

—Tú y yo salimos hace más de un año, estuvimos varias semanas juntos—aguantó la respiración y con gran dificultad tragó saliva—. Es por eso que conozco todo sobre ti.

—No...—las lágrimas se desbordaron de sus ojos—. Es... imposible... No puede ser verdad...

—Tú...—con sus manos temblorosas levantó la esquina del colchón y sacó una libreta vieja y desgastada, con misteriosas manchas guindas, se veía algo sucia y maltratada—. Escribiste muchas cosas importantes aquí en esta libreta... Es tu diario...—se lo extendió. El menor, con gran temor inexplicable, lo tomó—. Por favor... no me odies...

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14 de mayo del 735

A veces había días aburridos, pero ese exageraba. No había nada bueno en la televisión, su tarea estaba hecha, el clima cálido le provocaba sueño... Así parecía ser, hasta que escuchó un camión estacionarse en la calle. Curiosamente se asomó por la ventana, tratando de no ser visto, y se topó con una familia mudándose a la casa de a lado. Una mamá, un papá y un joven adolescente que parecía que había visitado el reformatorio un par de ocasiones.

Mi dulce ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora