Su andar era pesado. Se contoneaba al caminar, su recorrido era un vaivén de izquierda a derecha. Era como ver a un ebrio al salir de la cantina luego de una larga noche de bebidas. El joven iba de árbol en árbol, usándolos como sostenes para no caer, cualquiera que lo viera diría que el chico estaba aprendiendo a caminar: se aferraba a un tronco erguido, y luego se impulsaba hacia el siguiente dando pasos infantiles en el trayecto hasta lograr aferrarse al tronco siguiente. La hambruna y el cansancio se le notaban en todo el cuerpo demacrado. Las noches en vela se apelotonaron en los ojos, pero es que, cada vez que intentaba dormir, el sueño se esfumaba, cada vez que cerraba los ojos, las imágenes de la carne chamuscada y los cuerpos deformados en atroces figuras acudían a su mente. Cada noche escuchaba las voces susurrantes de su gente pidiéndole, exigiéndole que asesinara al autor de semejante barbarie. Llevaba aproximadamente seis noches sin poder dormir, tomaba siestas diurnas, pero las pesadillas lo despertaban sobre exaltado y empapado de sudor y lágrimas. Vagaba por el bosque en busca de serenidad, pero no lograba obtenerla. En realidad, no tenía un propósito definido, es decir, quería vengarse de quien asesinó a sus padres, pero al mismo tiempo temía las consecuencias que eso desencadenaría sobre sí mismo. Era un chico de quince años que intentaría combatir a un ejército, ¿cómo llegaría hasta Foss? Era un campesino sin educación y sin algo que justificara su entrada al palacio del regente. Pero también pensaba: ¿Y si no fue él? Había visto los estandartes y los mismos soldados se habían asentado a las afueras del pueblo bajo decreto de Foss, pero ¿y si todo era una farsa? ¿Cómo saber qué era real y qué no?
Cuestiones coherentes e incoherentes le inundaron la mente. El joven naufragaba entre recuerdos y deseos; entre lamentos y maldiciones.
El estómago le dolía, pues su alimentación era escasa. Era difícil conseguir comida en ese bosque; no tenía armas para cazar, no había frutos abundantes, y lo que era peor: no tenía energías para buscar. Se intentaba conformar con lo que la madre naturaleza le regalara, pero cuando lo ingería su estómago lo devolvía caprichosamente, la mayoría de las veces.
En los siguientes dos días, los ojos se le comenzaron a hundir y la carne se le pegó al hueso. El tiempo corría, la vida seguía su curso normal, pero él aún podía oler la asquerosa fragancia de la muerte.
Había decidido descansar bajo un árbol, y a sus pies vio un par de ardillas hurgando en la tierra en busca de algo para provisionar para el invierno. Recordó que, en ese momento, toda su aldea se dedicaría a cosechar lo sembrado para tener provisiones con las cuales sobrevivir la temporada fría. Entre todos cooperarían. Separarían la parte correspondiente al comercio y lo que usarían para el festival, y lo demás lo guardarían para los duros días de nevadas.
Recordó a una de sus vecinas, Erika, una chica hermosa de cabello castaño y ojos aceituna. Ella le había dado un golpe en el brazo, seguido de una sonrisa al reclamarle que decir que una chica tiene el color de algo con que se alimentan no era para nada halagador. Recordó la suavidad de su piel cuando una tarde se atrevió a tocarle el hombro. Aún podía oler su fragancia dulce cuando la iba a buscar para dar paseos por el bosque o al río. Era maravillosa. Era la única chica del lugar que sin importar cuántas labores hiciera y cuánto sudara siempre olía bien. Los demás se burlaban de Tane por expresar esas ideas, pero a él no le importaba, siempre le hizo notar a Erika que gustaba de ella y que haría lo que fuera por estar a su lado en el futuro. Un día cuando le mostró los movimientos de combate que había practicado, se declaró su caballero y juró que siempre la protegería. Ella se acercó y le dio un beso, su primer beso. Sentía que volaba y que todo se reducía a ellos dos en ese momento. Sentía un cosquilleo en el estómago y en los pies. Abría y cerraba la boca de manera torpe e instintiva, el corazón se le había acelerado y su respiración se había profundizado, pero temía exhalar con fuerza, pues no quería hacer nada incómodo para ella. Era el momento más maravilloso de su existencia. Ella se acercó más y él sintió su cuerpo pegado al de él. La miró a los ojos y no supo que decir. La mirada de ella era penetrante, sentía la necesidad de protegerla, aunque sabía que ella podía cuidarse sola. Ella posó su cabeza en el pecho de Tane y se quedaron ahí un buen rato, meciéndose en la confidencialidad del bosque.
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REY NADA
Fantasy¿El destino es algo que ya está escrito o es algo que tú forjas? Tane padece la desgracia en su máximo esplendor. Su congoja e inocencia lo impulsan a la venganza, pero para ello tendrá que abrazar la muerte y hacerla parte de su ser. Un viejo mago...