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Tane estaba sentado en un banquillo improvisado con tabla rota y heno, tenía la mirada perdida en la lejanía. A su lado derecho, de pie, el hombre que algún día fue Grath estaba inmóvil, vacío, viendo sin mirar nada, porque los muertos no pueden ver. El que estaba de pie sólo era un cascarón de lo que un día fue un capitán de la guardia de Delah.

Tane miraba los lejanos árboles del linde del bosque, observaba cómo se mecían sus copas a causa del viento que empujaba sus ramas unas contra otras. Escuchaba los gemidos de los árboles; sonidos como susurros de gente pasada. Creía sentir la brisa en su cara, pero no estaba del todo seguro. Veía las ondas que se dibujaban en los pastizales crecidos, como las ondas que se formaban en la superficie de un lago cuando lanzabas una roca a su masa cristalina. Sus pensamientos no estaban del todo claros. Pensaba en sus padres, en sus rostros, que a cada minuto parecían ser barridos de su memoria. Pensaba en la etérea esencia que permanecía de ambos, como motas de polvo revoloteando después de palpar un libro viejo. Los momentos que compartió con ellos se le figuraban tan lejanos que casi los había olvidado por completo. Su vida pasada parecía un sueño y ahora se sentía como si acabara de despertar. Sí eso era, sentía como si su vida pasada fuera como el sueño que olvidabas apenas abrías los ojos. Sus sentidos estaban más agudizados ahora, y aun así se sentía de alguna manera entorpecido. Nada tenía sentido, ni lo que recordaba de su vida pasada, ni lo que tenía en ese momento, su nueva vida, su «despertar» como lo llamó el anciano, se cuestionaba para sus adentros a qué realidad había despertado y qué había dejado atrás. Un par de preguntas llegaron a su mente «¿qué es la vida?» y «¿cuál es su propósito?», indagó en sus pensamientos, pero no hubo respuesta. Él había muerto, de eso estaba seguro. Sólo podía recordar la gélida sensación del vacío oscuro; el intenso dolor de cabeza que sintió mientras intentaba respirar sin éxito; recordaba cómo los colores se difuminaban y se fundían en luces fugaces que gradualmente se perdieron en el negro final. Creyó recordar un sueño donde veía a sus padres, pero no lograba recordar de qué trataba. Luego sin más, había despertado de nuevo, como si nunca se hubiera ido. Abrió los ojos y sintió como si hubiera descansado por horas, pero a juzgar por lo que vio sólo habían pasado unos segundos, unos minutos quizá. Había muerto y había vuelto a la vida sin saber exactamente cómo. Seguía sin comprender del todo cómo funcionaba la magia que el anciano le intentaba enseñar. No sabía cómo, pero la magia fluía de él cuando intentaba los hechizos. El mismo anciano se sorprendió al ver la rapidez que hacía las cosas, lo había cuestionado sobre su aprendizaje y vio en él una mirada de incredulidad cuando le dijo que era la primera vez que veía la magia en acción. No había una razón lógica para Tane que explicara por qué es que podía crear magia, sólo fluía cual cause de un río de energía pura, una energía ignota en él y para él. Hacía todo lo que se le indicaba, pues no sabía qué otra cosa hacer, es decir, ya no tenía un hogar a dónde ir, la gente a la cual pediría ayuda ya no estaba (no con vida). Ya no tenía nada más qué perder. Irónicamente también había perdido su vida, lo había perdido todo, de no ser por el anciano nunca hubiera podido vengar a sus padres, y ahora le estaba enseñando magia, algo que había escuchado en historias, pero que nunca creyó ver y mucho menos ejecutar. Gracias a los dotes que el viejo le había brindado había matado al hombre que lideró la masacre contra su pueblo, contra sus padres, lo cual lo había liberado de un pesado grillete, pero aún faltaba otro. Quería matar al vasallo del rey, al Señor Foss, pero eso sólo era un remanente de su antiguo yo, una promesa que había hecho ese frágil y torpe mortal que un día fue.

Y de nuevo las preguntas lo abordaron. «¿Qué es la muerte?», «¿Estoy vivo o muerto?». Su mente cavilaba con ahínco como nunca lo había hecho en el pasado, pero las respuestas no acudían a él, porque todo era nuevo, desde aquella fatídica noche nada en Tane era como antes, y parecía que cada día se transformaba más, como las serpientes que mudan de piel, él ya había mudado la suya tres o cuatro veces. No sabía a dónde lo llevaría exactamente el sendero que estaba por recorrer, pero al no tener un lugar al cual regresar pensó que su única opción era continuar, continuar lo que ya había comenzado. Si eso era cosa del destino, creyó que este era una verdadera atrocidad, pensó que los dioses lo castigaban con una agonía inmerecida. Comprendió que en ocasiones la vida es más lacerante que muerte, y ese era su castigo: vivir. Pero luego otro pensamiento le llegó como el rayo de la mañana y cayó tan firme como el peso de un elefante al marchar. ¿Y si el destino lo había salvado de la muerte para detener a Foss? ¿Por qué el viejo lo había elegido a él y no a alguien más fuerte y hábil de ese pueblo? Quiso desechar ese pensamiento, pues era pensar en una grandeza para su futuro, y no se creía destinado para nada grande. Las cosas habían sucedido por azar y ya. Se decantó por la idea de la casualidad, eso le parecía más coherente, algo más acorde a él.

REY NADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora