Cuatro

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Silenciosa como un ratón que se escabulle por los rincones, así era la muchacha. No hablaba, como se le ordenaron y su paso por la casa era como la brisa que entraba por la ventana. No los miraba, ni se quedaba en su presencia más de lo estrictamente requerido y jamás les pedía alguna cosa o se quejaba por algo. Cuando a Black o Zamasu no le parecía algo que ella hacia recibía el regaño o castigo de la forma más estoica posible.

Ella los veía con frecuencia discutir, pero como no se quedaba a oír en que tanto discrepaban, ignoraba sus asunto. A veces el dios Black se ausentaba y al volver estaba sucio y algo lástimado. Entonces el dios Zamasu lo curaba.
Hablaban de algo que parecía relevante y cada quien por su lado después de eso. Evitaban pasar tiempo juntos y la usaban a ella para enviarse pequeños mensajes que transmitía sin comprender del todo el contenido. No la atormentaban más de la cuenta, ni le agradecían o elogiaban lo que ella hacia. Sin embargo, Sora pronto comprendió el sublenguaje de esos dioses.

El dios Zamasu no hacía comentarios cuando estaba satisfecho con el trabajo que ella desempeñaba. Por el contrario, le hacía saber cuando era ineficiente de forma bastante cruel y un poco violenta. El dios Black daba una media sonrisa algo oscura, cuando las cosas le agradaban  y con agresividad le hacía ver cuando no era así. Cuando el dios Zamasu estaba de buen humor salía a pasear o disfrutaba de una taza de té en la terraza. Cuando estaba de mal humor no hablaba y se paseaba con el ceño fruncido por toda la casa. Cuando el dios Black estaba de buenas sonreía de esa forma socarrona todo el tiempo y si estaba de mal humor mejor no cruzarse en su camino. Ella se familiarizaba con ellos, pero no así los dioses con Sora o eso pensaba ella.

A Zamasu le intrigaba saber que era lo que en ella incomodaba a Black, por lo que más a menudo de lo que él mismo lo notaba se quedaba absorto observandola. Sora era una muchacha de estatura promedio, delgada, de cabello negro largo, de figura endeble, como débil su presencia. Su rostro era lindo si, pero no como para despertar un interés de índole romántico en ninguno de los dos. Eso era cosa de humanos. Tener deseos carnales era parte de la vulnerabilidad humana, asi que no podía ser eso ¿qué era entonces? ¿Qué hacia que Black no gustara de qué ella se le cruzara en el camino? ¿Qué tenía esa muchacha? Quizá Black percibía algo en ella que él no, pero ¿Qué podía ser? Zamasu quería saberlo para así fastidiar a Black. Le daba igual si ella pagaba con su vida tal cosa. Cayendo en cuenta de que lo que fuera que molestara a su contraparte no estaba a simple vista una tarde, en que Black salió, Zamasu le pidió que le llevará a la terraza dos tazas de té.

-Es un día esplendoroso- comentó Zamasu mientras la muchacha ponía la taza de té frente a él- Sientate y acompáñame a disfrutar de este agradable clima.

La muchacha lo miro con un leve asombro. Era desde su punto de vista un honor que el dios Zamasu la invitará a compartir con él una taza de té. Cuidando cada movimiento que hacía se sentó del otro lado de la mesa. Tenía buenos modales y aún con el permiso de estar ante su presencia no osaba mirarlo a los ojos, eso le gusto a Zamasu.

-Estoy aburrido- le dijo Zamasu- Diviérteme con una plática interesante.

-Mucho me temo que no tengo nada que contar que a un dios le pueda resultar interesante-le dijo Sora.

-¿Y qué sabes tú de lo que un díos considera interesante o no?- le cuestionó Zamasu apartando sus labios de la taza- Hablame de ti. Cuentame que sales a hacer al bosque cada noche o como perdiste la vista. Seguro es un historia entretenida- pronuncio esa palabra sin disimular su escarnio.

Sora alzó la mirada, esa mirada de color de un cielo despejado; frío y cálido a la vez luego, como si estuviera escogiendo las palabras, le dijo:

-Tenía ocho años. Mi padre y mi madre eran abogados, pero defendían a malas personas y un día la buenas personas a las que las malas personas que mis padres defendían lastimaron, quemaron la casa con nosotros dentro-le dijo la muchacha con una naturalidad desconcertante- Mis ojos siempre fueron débiles y el fuego los daño y me dejó huérfana.

-Entonces si fue tu propia especie- comentó Zamasu con media sonrisa en su semblante lleno de desprecio-¿A quienes decidiste culpar por tu desgracia?

-A nadie- respondío Sora quitándole la sonrisa a Zamasu- El trabajo de mis padres era defender a sus clientes y aceptaban a sus clientes sin importarles quienes eran o de donde eran, si eran culpables o inocentes; ellos sólo hacían su trabajo. Las personas que quemaron la casa lo hicieron producto de la frustración de no haber recibido la justicia demandada. Fue una  respuesta exacerbada a la indignación...

-No me hagas reír-le dijo Zamasu- Fuiste tú quien más perjudicada salió en esos acontecimientos, siendo tú la más inocente y me dices que no culpas a nadie por lo que te pasó...

-Asi es, mi señor- recalco la muchacha haciendo que Zamasu frunciera el ceño- Usted me preguntó ¿A quiénes decidí culpar de lo que pasó? Seguramente hay varios responsables, pero yo escogí no culpar a nadie y ver todo como un montón de acontecimientos desafortunados, porque así no llenaría de odio mi corazón y podía concentrarme en lo que tenía aún...

-¿Y que tenías después de eso?

-Sigo viva- le respondió- Que no vea culpables en todo eso no quiere decir que no me duela... Pero ya era demasiado el dolor de quedar sumida en la oscuridad, sola y desdeñada por mi familia como para agrandar aún más la herida odiando a los responsables.

-Puedes mentirte todo lo que quieras, pero la verdad es que si tus padres hubieran defendido la justicia y no sus intereses nada de eso te hubiera pasado- le dijo Zamasu devolviendo la taza a la mesa- La respuesta de las víctimas fue barbarica y se transformaron en lo mismo que condenaban; seres ruines y despreciables que no midieron las consecuencias de sus acciones. Puedes decirte a ti misma que todo fue el resultado espontáneo de un conjunto de malas acciones, pero sabes bien que tus padres debieron defender lo correcto y que esos sujetos que asesinaron a tu familia no debieron hacerlo, porque tenían el criterio para entender el terrible acto que harían, mas decidieron proceder pese a eso. Lo que hace su acto de venganza aún más despreciable que la falta de justicia en la que estaban tus padres.

Sora escuchó en silencio y durante un momento no dijo nada. Las palabras del dios Zamasu estaban llenas de verdad, pero...

-Esos hombres iniciaron una cadena de maldad y mis padres hicieron de eslabones en ella, pero el último de los aros de hierro que la conformo terminó con los asesinos de mis padres...

-Eso no puedes saberlo, una vez que la fruta comienza a pudrirse lo hace hasta terminar.

-Pero los humanos no somos frutas- replico Sora- Y cuando esos hombres se arrodillaron ante mi sentí que lo entendían y por tanto lo lamentaban y pagarían su condena y decidí ver todo como una serie de desafortunadas decisiones para terminar la cadena de odio y así vivir en paz.

-Eres demasiado inocente, que pena me das-rio Zamasu.

-Los humanos nos corrompemos fácilmente, pues somos vulnerables, pero a diferencia de una fruta que como usted dice una vez comienza a pudrirse lo hace hasta el final, los humanos podemos detener ese deterioro, podemos mejorar...

-Realmente me das lástima- le dijo Zamasu- No eres más que una muchachita ingenua que...

-El que me da lástima es usted-le dijo la muchacha poniéndose de pie-¡Que lamentable que un díos no tengo fe en los humanos!

Que terrible atrevimiento cometió Sora en ese momento, Zamasu apenas si pudo respirar después de lo que acababa de oir de labios de aquella muchacha, que lo miraba con ojos serios, ojos azules de cielo limpio, ojos claros que absorbian al que se mirará en ellos y podía ver con temor la luz de un alma tan pura e inocente que hacía temblar a los corruptos al estar en su presencia ¡Eso era lo que molestaba a Black! La pureza dentro del cuerpo de esa muchacha. Un cuerpo que tenía las marcas de los que sufren el flagelo de la injusticia y la corrupción humana, pero que pese a los constantes embestidas había logrado mantener su alma intacta y limpia. Esa mucha era la inocente, la que podía mirar a los ojos a los dioses sin temor por sus actos, porque no había obrado mal de ninguna forma y todo eso era visible a través de esos ojos azules que brillaban con la luz inmaculada que ellos habían perdido... Esa muchacha tenía los ojos de la inocencia.

Los ojos de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora