Nueve

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Zamasu se miró en eso ojos azules otra vez. Ojos que lo veían sin reclamo, sin juicio, serenos.

-Me alegra verlo, mi señor Zamasu-le dijo Sora con una cálida sonrisa.

-Ve a tu cuarto y luego prepara algo de comer -le dijo él.

La muchacha le hizo una reverencia antes de entrar alegremente en la casa bajo la mirada de ambos. Ellos se quedaron en silencio luego tomaron la debida distancia.

-Pensé que no te agradaba- le dijo Zamasu mirándolo de reojo.

-Pensé que a ti tampoco-le respondió Black.

No volvieron a hablar. Black se quedó en la terraza, Zamasu entró en la cabaña. Caminó por ese estrecho pasillo hasta esa pequeña habitación donde estaba la muchacha, seguramente contemplando su nuevo espacio. Durante esas casi dos semanas en que ella no estuvo, pensó en ir a buscarla. No, no porque sintiera alguna simpatía por ella, sino porque sencillamente estaba harto de tolerar las demandas de Black. Eso quería creer. Cierto era que no sentía ningún agrado por Sora, pero tampoco le desagradaba, lo desconcertaba, lo confundía. No la entendía y eso lo asustaba un poco, como lo asustaba la agredía. Ella era la excepción a la regla. Ella era eso que le enseñaron. Sora le recordaba cosas a las que le había dado la espalda, ella era algo perdido, algo que sacrificó para ejecutar sus planes. Sora era "eso" que no tenía y que tal vez nunca tuvo. La quería cerca por una razón que no quería explorar. La quería cerca, pero era eso nada más. La quería cerca, aunque no se lo admitiría ni a si mismo.

Había mejorado un poco esa habitación en el momento en que pensó en ir a buscarla. En ese momento, sin entender mucho el motivo, se encontraba parado en el umbral de la puerta para hacerle saber que todo lo que estaba ahí,se lo brindó él. La cama con mantas abrigadoras,
cortinas en la ventana y unas mudas de ropa sobre una mesa con una silla.

-Puedes usar el baño, puedes comer de nuestra comida, mas no hacerlo en nuestra presencia- le dijo Zamasu- Te prohibo alejarte sin mi consentimiento ¿entendiste?

-Sí, mi señor...

-Lleva el té a la terraza-le señaló antes de irse,,ella asintió.

La muchacha obedeció. No estaba segura de porque el dios Zamasu le permitió volver o le devolvió la vista. Era alguien difícil de entender, desde el punto de vista de Sora. Un dios joven muy intenso y algo pesimista, pero pese a todo no le parecía un ser malvado. Era como un árbol en sus años mozos, de follaje fresco, aromático y sombra escasa. Muy diferente al dios Black que era como la tierra blanda después de la lluvia; peligroso, impredecible, pero en esa tierra pueden sembrarse muchas cosas. Los dioses eran complicados, mas no era su deber entenderlos, solo obedecer.

Los días pasaban y la rutina era la misma de antes de aquel altercado con el dios Zamasu, solo que ahora esté era un poco menos hostil y el dios Black no la miraba como si quisiera matarla en cualquier momento. Aun así se ganaba una que otra reprimenda por no atender sus exigencias con la debida celeridad, pero nada más allá de eso.

Uno de esos días en que el dios Black se ausentaba, Sora encontró la despensa vacía. La solución para eso ella la tenía muy clara, solo que recordando las instrucciones del dios Zamasu debió ir a pedirle su consentimiento antes de salir.

-¿Y para qué quieres ir al bosque?- le preguntó él sin apartar los ojos de su taza de té.

-Quiero recolectar algunos hongos, raices y bayas para hacer el almuerzo- le respondió Sora sosteniendo una pequeña cesta.

Zamasu la miró un momento. La muchacha estaba descalza. Siempre que iba al bosque iba descalza.

-Esta bien. Te acompañare- le dijo y dejando la taza en su lugar se puso de pie.

Sora se le quedó viendo con extrañeza, algo que molesto un poco a Zamasu y se lo hizo ver con una mirada de enojo. Juntos se internaron en el bosque. Él caminaba unos pasos más atrás, para observar la conducta de esa muchacha que le era tan singular. Ir descalza por ahí no era muy sensato, podia lastimarse o ser mordida por algún animal reptante, pero lo más llamativo era que cerraba los ojos y husmeaba el aire de tanto o se detenía inclinando la cabeza de un lado a otro. Llevaban caminando casi una hora cuando, por primera vez en todo el trayecto, Sora tomó unos hongos del tronco de un árbol. Se veía bastante feliz la sonrisa que tenía era amplia y luminosa.

-¿Qué tienen esos hongos de especial?- le preguntó Zamasu.

-Que son muy difíciles de encontrar y tienen un sabor muy agradable, además pueden reemplazar a la carne-le respondió Sora- Esos de allá, por ejemplo, solo sirven como guarnición.

Zamasu miró hacia el lugar señalado y a unos metros vio unos cuantos hongos de color azulado. Ella tenía los ojos cerrados de modo que seguramente los detectaba con el olfato, pero por más que  él intento hacer lo mismo no lo logró.

-Tu olfato está muy desarrollado- comentó Zamasu intentando hacer que ella le dijera como logro aquello sin tener que preguntárselo.

-Asi es. Al igual que mi oído, mi tacto y mi gusto.Paso ese mismo día- le respondió Sora  caminando hacia los hongos señalados.

-¿Ese día?

-Fue durante el incendio. Mis ojos fueron dañados ahí. No veía nada y estaba sola. Tenía mucho miedo, tanto que no podía moverme y solo una idea había en mi mente: "no quiero morir"- hizo una pausa como si recordara aquel acontecimiento- No estoy segura de que pasó, pero de pronto la radiación del fuego quemaba más, el olor de la madera quemada era más intenso, el sonido se volvió más fuerte y saboreaba el hollín... Podía sentir las vibraciones a mi alrededor y seguí las voces hasta salir de esa casa. Recuerdo que alguien me tomó en brazos y me desmayé. Al despertar, esos hombres lloraban y me pidieron perdón.

Zamasu se sonrió con desprecio.

-Tu cuerpo respondió a tu deseo vehemente de querer seguir viviendo. Así que eso es todo- comentó restándole importancia al asunto.

-El cuerpo humano es un vehículo asombroso. Es capas de soportar heridas profundas o grandes traumas y...

-Supongo que tú sabes mucho de eso- la interrumpió Zamasu esperando molestarla.

-Bastante- respondió ella con una sutil sonrisa que borró la de Zamasu- Mi cuerpo a tolerado todos los abusos que pueda imaginar. Llegué a esta región al quedar huérfana, mi abuela me cuido y enseñó mucho del bosque, pero estaba enferma y murió demasiado rápido. Vinieron unos hombres del pueblo a buscar su cuerpo, aunque tomaron el mío antes de llevarse el de ella- le dijo la muchacha.

Zamasu no hizo comentarios. Había sospechado algo como eso desde que vio las marcas en la piel de la muchacha. Una vez Gowasu le habló del valor que tenía para los mortales el vehículo de la carne en que moraban sus almas. Era algo que estos cuidaban o que tendrían que cuidar, que cuando los mortales le daban el debido respeto se volvía una armadura impenetrable que protegía el alma. Pensaba en eso cuando ella se le planto en frente, enseñándole un avecita herida entre sus manos.

-Mi señor...podría...-no hizo falta que terminara la frase.

Zamasu puso su mano sobre el pequeño pájaro para curarlo. Juntos lo vieron salir volando hacia los árboles, entonces el dios fijo sus ojos en ella para luego mover su mano hasta la cabeza de la chica y dejarla allí un momento. Sora se estremeció de pies a cabeza. El contacto físico le provocaba cierta aversión, mas esa mano fría sobre su cabello le causó algo un tanto distinto: vergüenza. Porque se sentía tan insignificante en comparación a él que ingenuamente pensaba que esas falanges se ensuciarian con su contacto.

-Eres un buen ser humano, Sora- le dijo Zamasu.

Si Sora hubiera sabido lo difícil que fue para Zamasu admitir algo así, tal vez no se hubiera quedado mirándolo de esa forma, pero es que le sonó, en un principio, tan inverosímil esas palabras que no supo como reaccionar y después...después solo bajo la mirada para disimular las lágrimas que se apoderanon de sus ojos.

-¿Por qué estás llorando? ¿Qué no entendiste que acabo de hacerte un cumplido?

Un cumplido si, pero no de un ser cualquiera sino de un dios y para alguien con la humildad de Sora, para quien su vida sencilla no era digna de admiración, esas palabras fueron la mayor de las recompensas en una forma que no hubiera podido explicar.

Los ojos de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora