epílogo

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«Can you make me feel a thousand hands

from you, only you?».

El reloj marcaba en brillantes números rojos las cinco y treinta y dos de la mañana.

No había dejado de dar vueltas desde que me había metido en la cama horas antes. O más bien, mi cabeza no había parado de girar como una noria sin detenerse en ningún pensamiento concreto. Había puesto en práctica todos los trucos que alguna vez había leído en internet para quedarse dormido, desde contar ovejitas hasta hacer ciclos de respiraciones, pero por alguna extraña razón mi cuerpo había decidido que aquella noche no iba a dormir.

Me giré hacia la mesilla con un bufido y cogí el móvil, prácticamente arrancándolo del cargador. No existía ninguna explicación por la cual mi mente no me dejaba descansar. El ensayo con el grupo de esa tarde había sido increíble, la canción que había subido al perfil de Eilan Bay había tenido una acogida buenísima, y mi casa estaba en el más completo y absoluto silencio. Me restregué los ojos con el puño cerrado y me levanté, encaminándome descalza hacia el salón.

La luz blanquecina de la luna se filtraba por las ventanas abiertas, y las dos guitarras que colgaban de la pared emitían sobre el suelo sombras fantasmagóricas, pero estaba tan acostumbrada a ellas que ni siquiera me inmuté. Me dirigí automáticamente hacia el teclado y me senté en la banqueta, dejando el móvil junto a un atril lleno de partituras vacías. Lástima que las cinco y media de la mañana no fuese precisamente la hora más propicia para ponerse a componer. Tampoco es que tuviera ideas, pero siempre conseguía apaciguarme sacar un par de melodías de esas teclas, o ver cómo la música del piano podía acompañar los acordes de mi guitarra.

Aun así, ¿apaciguarme de qué? Estaba tranquila. No había nada que me perturbase, nada que me preocupase demasiado como para mantenerme despierta. Aquella noche de insomnio no tenía ninguna lógica. Volví a coger el móvil. Las notificaciones se desplegaban en mi pantalla una tras otra. Mentiría si dijera que no me había acostumbrado un poco a los miles de comentarios bajo mis vídeos de un minuto, pero siempre me hacía ilusión que la gente disfrutase tanto con lo que hacía. Y no era mucho, pero esa ventana que me daba Eilan Bay era más que suficiente para mí, y parecía serlo también para ellos.

Abrí Instagram y me paseé por los comentarios bajo el post con una media sonrisa en los labios. La gente realmente dejaba comentarios preciosos que a veces me encogían el corazón. Nadie sabía quién era, jamás me habían visto la cara, pero aún así, la música conseguía llegar a ellos de una manera que aún me parecía inverosímil. Mi padre me lo había dicho siempre, la música era la magia del mundo real, y con cada vídeo que subía estaba más convencida.

Abrí los mensajes directos. No lo hacía nunca, porque me daba pánico lo que me pudiese encontrar. O más bien, me daba miedo no saber qué responder. La gente en privado era capaz de confesar lo que no se atrevía en un comentario bajo un post, y yo era nadie para leer esas cosas. Sentía que, aunque fuesen ellos los que me contaran sus miedos o sus preocupaciones, me estaba inmiscuyendo en algo que no me correspondía. Y además, como Eilan, yo no era más que música. La persona detrás de Eilan... esa seguía anclada en el mundo real, con sus propias preocupaciones y miedos. Los mismos que, aparentemente y sin que ni siquiera yo misma pudiera definirlos de forma clara aquella noche, no querían dejarme dormir.

No solía abrir ningún mensaje, pero entonces, cuando ya me había decidido a apagar el teléfono y tumbarme en el sofá para comprobar si cambiar de sitio invocaba el sueño, un perfil me llamó la atención. Pulsé sobre el mensaje casi de forma inconsciente.

[4:46] albxreche: Hola, Eilan. A lo mejor te parece un poco raro, pero es que nunca nada me había llegado tanto al alma como tu voz. Llevo escuchándote y viendo tus vídeos durante semanas, y ojalá supieras lo que siento cuando cantas. Y sé que probablemente recibirás comentarios así a diario, y que estarás cansada de leerlos, pero son las cuatro de la mañana, voy sola en el metro y quizá el alcohol me esté dando el valor de escribirte como una fan de quince años, pero no quería llegar a casa sin habérmelo sacado del pecho y decirte que cada vez que abres la boca haces magia. Tengo la suerte de poder sentir y apreciar el arte tal y como es, y tu voz debe serlo. Espero que este mensaje no sea tan raro para ti al leerlo como está siendo para mí escribirlo (de hecho, ojalá no lo leas nunca, me moriría de la vergüenza).

[4:53] albxreche: Buenas noches y gracias por tu música.

[4:59] albxreche: Y siento si esto es muy raro.

Tragué saliva. Sentía un hormigueo extraño en el estómago, y no estaba segura de que fuese algo estrictamente malo. De hecho, creía que era todo lo contrario. No era incómodo, no era raro. Releí de nuevo los mensajes, con una media sonrisa en los labios. Había sido su foto de perfil lo que me había llamado la atención, el dibujo de unas manos delineadas con tinta oscura. Por una milésima de segundo había pensado que no era más que una versión en tinta de las famosas manos de La Creación de Adán de Miguel Ángel, pero ni siquiera la posición de los dedos se asemejaba.

Entré en su perfil, mordisqueándome el labio con una extraña emoción en el pecho y sonriendo más ampliamente cuando comprobé que lo tenía público. "Tengo la suerte de poder sentir y apreciar el arte tal y como es", había dicho en el mensaje, y tenía sentido, porque la chica era una verdadera artista. Su perfil estaba plagado de dibujos, caballetes con lienzos vacíos a contraluz, folios coloreados con acuarelas. Y de vez en cuando, entre ese despliegue de colores, había fotos de una chica con el pelo corto de color rubio platino, grandes ojos castaños y una sonrisa sincera.

Alba.

Aparté la mirada de la pantalla, dubitativa. Había una fina línea dibujada entre Eilan y Natalia que nunca había querido cruzar. Eilan solo era música, Natalia quedaba al margen, y esa dualidad había hecho sentirse segura a una parte de mí que se difuminaba entre ambas. Pero por primera vez, quería interactuar con alguien, alguien para quien Eilan tal vez significaba casi tanto como para mí. Coloqué los pulgares en el teclado sin apoyarlos. A lo mejor era una mala idea. Al fin y al cabo, Eilan Bay solo era un perfil de internet, y nunca había tenido intención de que se convirtiese en una persona real por el momento. Y hablar con esa chica, aunque la conversación fuese minúscula, borraba ese perfil anónimo y lo convertía en algo tangible. En esa parte de mí, de Natalia, que había ocultado bajo otro nombre porque no me atrevía a enfrentarla como yo misma, que me daba un cierto pánico mostrar.

Pero eran casi las seis de la mañana, no podía dormir, y no existía un mundo posible donde pudiera asustarme algo que hubiese provocado la música. Y Alba, Alba Reche, había llegado a mí por ella. Así que apoyé los dedos en la pantalla y empecé a escribir.

wanna feel a thousand hands (from you)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora