Capítulo 8 - Alberto y Claudio

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 Ya en la Terminal de autobuses, Alberto estaba a punto de embarcarse junto con la Compañía de Teatro a la cual pertenecía desde hacía un año, para realizar una presentación en San Felipe ese fin de semana. En la sala de espera y algo apartado del grupo, él, quien era uno de los integrantes más jóvenes de la compañía, se despidió de su madre besándola y abrazándola. Rosa no podía disimular la tristeza que sentía pues le parecía, aún cuando solo era un fin de semana, que Alberto no regresaría y ya bastante era con no saber de su hijo Claudio. Sin embargo, también se sentía un poco emocionada pues Alberto iría a la ciudad desde donde le escribía Claudio, y él le había prometido que lo buscaría para hablarle de su madre, con la esperanza se hacerlo recapacitar y que regresase con Rosa.

—Prométeme que me llamarás en cuanto llegues —dijo Rosa, mientras le dispensaba una sonrisa a Alberto.

—Y tú prométeme que te cuidarás mientras yo no esté aquí, ¿estamos? —respondió Alberto con cierta preocupación.

—No te preocupes hijo, te prometo que aquí estaré para cuando regreses.

—Mamá, te amo —le dijo Alberto.

Ella le correspondió dándole un beso en la mejilla, estampándole los labios color rojos muy característicos en ella.

—Ahora mamá vete tranquila a casa —le sugirió Alberto.

—Creo que sería lo mejor —respondió la madre.

—No te olvides de la encomienda —le recordó Rosa, caminando hacia la salida de la sala de espera.

Mientras Rosa caminaba de regreso a su casa se preguntaba: ¿Permanecer las veinticuatro horas del día encerrada entre cuatro paredes ahora sin Alberto? No podía, la casa se le caería encima. Ya se había acostumbrado a estar siempre en compañía de Alberto y estar sin él la hacía sentirse más sola que la una. Que antojo marcharse de gira pensaba Rosa.

No tenía más remedio que volver a casa e intentar distraerse.

Había algo que ella jamás podría olvidar ¿Cómo poder olvidar veintidós años viviendo con su hijo Claudio? Rosa se detuvo a pensar un poco molesta.

¿En qué me habré equivocado? Y pensar que durante todo ese tiempo estuve soñando que mi hijo sería un gran hombre, como lo sueñan todas las madres para sus hijos, pero la vida es cruel a veces, no hice otra cosa más que estar pendiente de él, cuidándole, mimándole, soportando sus berrinches , sin que sospechara que yo presentía lo que tramaba, irse tras no sé que cosa, sin rumbo fijo, solo con sus vicios y su miseria. Intentando salvar sus buenos recuerdos dejó de pensar en Claudio y se dirigió finalmente a su casa.

En su camino a casa Rosa volvió a detenerse. Abrió su bolso y extrajo del interior una fotografía de un niño en brazos de una mujer; era ella con su hijo. Luego sacó un pañuelo para secarse una lágrima que quiso escapársele.

Bueno, Rosa, déjalo. No vayas a empezar a llorar pensó Se te pondrá la cara malograda de maquillaje.

Yo ya le he escrito muchas veces siguió pensando Rosa, guardando el pañuelo. Y por fin me ha respondido. Pero ya al menos sé que está bien y donde está. Algún día recapacitará y regresará a mi lado pensó

–Tranquilízate, Rosa —se dijo a si misma—. ¿Espero que Alberto vaya a verle? Seguro que él en la primera oportunidad que tenga durante su estadía en San Felipe, se acercará hasta donde vive o trabaja Claudio y lo buscará para hablarle.

Más allá de ArcoírisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora