diez

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13:30 p.m. marcaba en el reloj colgado en la pared del aula.

Bajé las escaleras sola, junto a la muchedumbre de alumnos que ansiaban también en salir del edificio.

Matías se había quedado guardando sus cosas y Lucia estaba dormida como de costumbre, no pude despertarla ya que iba con prisa. Seguro que José me reemplazaría por hoy para la despertada e iban a terminar almorzando juntos.

Rodrigo aguardaba en la puerta de la escuela y no quería hacerlo esperar demasiado.

La escalera estaba repleta de gente, era imposible pasar entre las personas aunque era bastante amplia. Mi paciencia estaba siendo colmada por el tránsito pesado en los pasillos y la salida ¿Por qué no se apuran? ¿Acaso no quieren irse rápido?

Era un amontonamiento tremendo y algunos que se creían graciosos empezaron a empujarse, haciendo que por poco se me caigan los libros que llevaba en mis manos, ya que no me entraban en la mochila. Me puse de malhumor por la lentitud, me aparté de la gente y esperé a que se agilice el tránsito.

Cuando pude estar cerca de la enorme puerta de madera, me peiné un poco y acomodé mi ropa. Seguro lucía fatal, más de lo normal aunque nadie sale lindo de la escuela después de una larga mañana.

Salí por fin, y el sol de mediodía me cegó, cerré un poco los ojos debido a la repentina luz.

Había mucha gente en la calle y los negocios estaban cerrando. Había un bullicio de voces, risas y despedidas por parte de los que salían de la escuela. Algunos de mi curso me saludaban al salir.

Saqué mi celular de mi bolsillo para preguntarle a Rodrigo en donde se encontraba y me quité la campera ya que el clima estaba más cálido.

Percibí de a poco como se dispersaban los alumnos en distintas direcciones y el entorno se tranquilizó. Chasquee mi lengua al recordar que no tenía datos en mi celular para comunicarme con el del septum y lo guardé de nuevo.

Levanté la vista y miré hacia ambos lados buscándolo, hasta que sentí a alguien chistar detrás de mi. Me di la vuelta y lo vi bajo la sombra de un árbol, tenía su mochila negra de siempre colgando de sus hombros. Sonreí y me acerqué a él apresuradamente. Le di un corto abrazo, un tanto torpe y reímos.

-¿Hace cuánto que estás acá?-Pregunté curiosa.

-Lo suficiente para reírme de vos, re desorientada buscándome por todos lados-Me reí un poco alto y me tapé la boca para no llamar mucho la atención. Odiaba tener una risa tan escandalosa.

Él sonreía y se lo veía brillante.

-¿Cómo te fue hoy? ¿Todo bien?-Su tono de voz cambió drásticamente, como si mi respuesta fuera a resolver el sentido de la vida. Su atención estaba 100% en mi. Me preguntó mirándome a los ojos con su voz grave, algo que hacía frecuentemente y me intimidaba, tanto que me veía obligada a bajar la mirada. Era inevitable sentirme así bajo los ojos de Rodrigo, tan oscuros y grandes, y se veían más profundos bajo sus pobladas cejas.

-¡Bien! Normal a decir verdad. ¿Y a vos?

Alcé la mirada ya que él no contestaba, y noté que ahora estaba observando algo detrás de mi. Giré y tenia a Matías a tres pasos de nosotros.

-Eh... ¿Qué onda?-Traté de disimular mi confusión. Él me miraba a mi, y parecía ignorar la presencia de Rod, el cual observaba en silencio. En un dos por tres, la situación se tornó incómoda, y no supe porqué la tensión del momento.

Matías abrió su mochila y sacó de ella mi estuche de mis anteojos, extendiéndomelo para que lo tomara.

Casi me infarto.

clase a clase. | matías candiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora