☕ 11 ; Calentitos.

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Cuando el invierno llega de golpe y las frescas brisas soportables se transforman de un momento a otro en fría nieve y hielo resbaladizo, lo único que uno quiere es refugiarse en su hogar y no salir de ahí hasta que todo pase. No obstante, los compromisos como trabajar interfieren a este menester y obligan a las personas a salir de casa.

Hablando de casa, en la entrada del bosque adyacente a la ciudad, había una cabaña de madera. De las ventanas se colaba un haz de luz anaranjado, pues dentro se encontraba Nejire Hadō, una muchacha ojizarca de largos cabellos cerúleos; traía puesto un conjunto de invierno y con su mano derecha sostenía una pala para la nieve.

—Para cuando los chicos vuelvan, ¡tendré la entrada y la carretera limpia! —exclamó con entusiasmo, trazando una sonrisa en sus finos labios.

Así pasó más de tres horas escarbando hielo y levantando nieve, quitándolos del camino donde ella y sus muchachos pisaban y utilizaban su automóvil. Fue un trabajo duro que pudo completar por su cuenta, soportando el frío que golpeaba su rostro, el sudor que recorría su espalda y el calor que le producía el conjunto de invierno. Cuando acabó, dejó la pala en el suelo y entró a su hogar; allí se quitó todo el abrigo, quedándose con un suéter color crema con dibujos de muérdagos y unos jeans ceñidos al cuerpo.

Se dio cuenta que la temperatura de la casa estaba baja, por lo que prendió un fuego en la chimenea y se quedó alimentándolo unos minutos hasta que el agradable calor inundó el lugar. Miró el reloj de pared y advirtió que los otros dos dueños de la casa volverían en una hora, por lo que se dispuso a preparar tres chocolates calientes con malvaviscos. Estaba ansiosa porque llegaran, para poder estar los tres sentados en el sillón disfrutando de las bebidas y resguardándose del frío del exterior.

La hora pasó y los varones aún no se habían hecho presentes, cosa que extrañó a Nejire; ellos siempre volvían del trabajo a las siete en punto. Pensó en la posibilidad de que se hubieran parado por el tráfico, algún choque ajeno o que el auto se hubiera atascado. Esperaba que no fuera ninguna de esas opciones.

Pasó otra hora y media y la muchacha ya se estaba mordiendo las uñas. Quería llamarlos por teléfono, pero no había pagado el suyo y le habían dado de baja. Fue hasta la ventana y se quedó unos minutos esperando ver las luces del auto, mas lo que se acercaba a la casa ni se parecía; la tormenta de nieve no dejaba ver más allá de dos cuerpos oscuros caminando hacia la casa.

—¡No puede ser! —exclamó la chica, corriendo hacia la puerta para abrirla. Cuando lo hizo, se encontró con ambos muchachos tiritando de frío, calados hasta las cejas—. ¡Chicos! ¡Pero qué les pa...! ¡No, entren ahora!

Sendos varones entraron en la casa en silencio, solo se escuchaba el ruido de sus dientes chocando entre ellos. Hadō los ayudó a quitarse los abrigos y dejarlos en el perchero, para luego empujarlos hacia el sillón para que se calienten.

—Ahora sí, díganme lo que sucedió —pidió ella, sentada a la izquierda del mueble.

—El auto de-dejó de funcionar tu-tuvimos que volver caminando —explicó Mirio Tōgata, el más alto. Tenía un cabello corto que apuntaba hacia arriba, rubio y brillante. Ni él ni el otro joven podían dejar de tiritar.

La joven adoptó una expresión preocupada.

—¿Dónde está el auto?

—Se... se lo llevó un me-mecánico... —murmuró Tamaki Amajiki, el otro chico. Tenía un cabello azabache que caía por los costados de su cabeza y un mechón tapaba un poco su rostro.

Hadō no dijo nada por unos segundos. Luego, recordó el chocolate caliente y fue corriendo a la cocina para volver a calentarlo y dárselo a los chicos. Cuando regresó a la sala, dejó una bandeja con tres tazas y un plato de galletas en la mesita ratona y volvió a sentarse en el sillón.

—Preparé chocolate caliente, así se calentarán más —dijo la chica, tomando su taza con ambas manos y dando el primer sorbo a la bebida.

Cuando los varones tomaron sus tazas y dieron algunos sorbos de chocolate caliente, el calor regresó por completo a su cuerpo. Ya no tiritaban y sus dientes estaban quietos. Hadō agarró una manta marrón del sillón individual y la acomodó encima de los tres, con Tamaki y ella pegados a Mirio.

—Muchas gracias, Nejire... —murmuró el de cabello azabache, mirando el líquido marrón de su taza como si fuera un tesoro.

Nejire dejó su recipiente en la mesita y miró sonriendo a Amajiki.

—No es nada, es lo mínimo que puedo hacer mientras ustedes trabajan.

Mirio también dejó la taza.

—No digas eso, sí es algo. Yo me hubiera olvidado de prepararles algo, je, je —rio Mirio—. ¡Por cierto! Cuando veníamos, no pude evitar notar que el camino se veía. ¿Sacaste todo el hielo y nieve tú sola?

—¡Sí! —Hadō sonrió—. Me tomó tres horas, pero el camino está despejado.

—Asombroso —murmuró Amajiki. Los otros dos lo miraron y él se sonrojó, tapándose la cara con la manta—. Yo... yo no estaría ta-tanto tiempo haciendo algo así...

La sonrisa de la chica se ensanchó.

—Lo sé, por eso lo hice.

—Pudiste esperar, yo te hubiera ayudado —dijo el rubio, tomando una galleta y llevándola a su boca.

—Shhh, ya está. Quise hacerlo y lo hice, fin. —Tomó una galleta y le dio un mordisco—. Mejor disfrutemos de estas delicias y el estar calentitos en nuestra casa. —Se arrellanó en el sofá, medio acostada con la cabeza sobre el hombro de Tōgata y su brazo izquierdo abrazándolo.

—Perfecto. —El rubio se terminó la galleta y levantó ambos brazos para abrazar a los otros dos y acercarlos a su cuerpo.

—Cuidado con mi chocolate... —susurró Amajiki, con las mejillas teñidas de un rosa intenso.

este relatito de los tres grandes, aunque no sea de parejas, era algo que quería poner en alguna parte y quedó aquí. (puede interpretarse como OT3, como deseen bbs.)

Relatos fugaces | BNHA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora