Gracias

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Elsa mira con detenimiento aquella casa con grandes ventanales los cuales dejaban al descubierto los muebles que estaban dentro. No podía creer que después de haber vivido toda su vida en la ciudad ahora se encontraba viviendo en una casa en el bosque.

La pequeña baja del auto para contemplar mejor la casa en donde ahora iba a iniciar su vida, junto a su madre y padrastro.

—¡Es maravillosa! —chilló Iduna «la madre de Elsa»—. ¡No puedo creer que vamos a vivir aquí!

La mujer era la elegancia en persona: su cabello pelirrojo lo sujetaba en una baja coleta, su cuerpo vestía un elegante vestido negro que tapaba sus rodillas y caminaba con un gran porte en esos altos tacones.

—Lo mejor para ti. —rio John, el nuevo «padre» de Elsa.

Aquel hombre parecía ser el hombre perfecto: trabajador, atento, responsable y cariñoso.

Sin darse tan siquiera la molestia de preguntarle a la pequeña que era lo que pensaba, ellos entraron a la casa. Elsa no se movió, se quedó contemplando un momento más lo que había afuera: la casa era una cabaña elegante, los ventanales dejaban ver lo que había en su interior y podía notar que en el patio trasero se veía una piscina.

Pero la casa no era lo que más había llamado su atención: era más bien el bosque. los arboles eran tan grandes que se preguntaba si podría tocar las nubes si subía a uno de ellos y el césped era tan verde que incluso parecía como si fuera un dibujo o alguna pintura.

Sus pies comienzan a caminar hacia un grupo de margaritas blancas. La pequeña se coloca en cuclillas frente a ellas, mirándolas y oliendo su aroma; eso era algo que le gustaba hacer desde que tenía cinco años.

«Tal vez no iba ser tan malo vivir en el bosque.» Pensó Elsa.

Claro que a ella le gustaba vivir en la ciudad y de verdad odio cuando tuvo que decirle adiós a sus amigos y compañeros de la escuela. Pero todo eso lo podría olvidar si tan solo dejaban que ella estuviera cerca de todas esas bellas flores. Elsa se consideraba una amante de las flores y del aire fresco; tal vez eso podrá hacer que su vida mejore un poco.

Su azulada mirada deja de contemplar esas blancas flores cuando claramente escucha como si alguien hubiera pisado la rama de algún árbol. Pero lo único que ella puede ver son arboles y más flores, no había nadie más en ese lugar más que ella y su familia.

—¡Elsa! —llamó su madre—. ¡Entra!

Camina, pero sin quitar su mirada de aquel lugar en donde había jurado que había escuchado a alguien. Al llegar frente a su madre levanta su cabeza para poder verla a los ojos.

—Mami —dijo tirando del largo del vestido de su madre—. ¿Aquí viven fantasmas?

Iduna se coloca de rodillas frente a Elsa. La mujer con una sonrisa acomoda la bufanda negra que llevaba su hija, subiéndola un poco más para tapar su cuello y así no agarre un resfriado.

—Los fantasmas no existen —La mano de la mujer se coloca en la mejilla de la niña, reconfortándola como solo una madre sabe hacerlo—. ¿De acuerdo?

La pequeña responde con un asentamiento de cabeza, provocando que su rubio cabello se desordene. Iduna sonríe al ver a su hija hacer eso; mira las pequeñas pecas que había en su nariz y debajo de sus ojos. Ella era tan parecida a su madre que nadie podría negarlo.

—Entremos.

Su madre toma su mano, guiándola dentro de la casa; pero antes de entrar, Elsa vuelve a mirar hacia atrás, tal vez creía que podría ver a alguien si miraba una última vez, pero como la vez pasada solo podía ver arboles y flores alrededor de su casa.

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