Calidez

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Jack había visto cómo la pequeña se había ido corriendo hacia la heladería, él se quedó de pie en espera de su regreso, mirando el auto viejo que pasaba enfrente de suyo. Su mirada y la de los dos sujetos que iban a dentro se encontraron en ese momento.

Viendo todas las atrocidades que ya había hecho en el pasado: Vio como había abusado de varios niños y niñas, vio las muertes de cada uno de ellos y donde habían dejado abandonados esos pequeños cuerpos ya sin vida, dejándolos como si no valieran nada. El primero en dejar de verlo fue el calvo, el que siempre era el que escogía los niños como si fueran simples dulces, mientras que el conductor solo era eso: el encargado de conducir el automóvil lo más lejos posible para que él también tuviera la parte que le correspondía con la víctima seleccionada.

Todas y cada una de las víctimas siempre eran llevadas a un viejo puente abandonado, en donde abusaban y mataban a los pequeños y pequeñas. Jack no pudo evitar sentir molestia al ver a tantos inocentes sufrir por culpa de esas dos personas que estaban pasando en frente suyo, mirándose como si solo estuvieran dando un simple paseo, cuando en realidad estaba buscando una nueva víctima a la cual quitarle la vida como si estos se sintieran una clase de dioses para decir quienes morían y quienes vivían.

Esa fracción de segundos en donde Jack pudo ver todo lo que habían hecho y lo que estaban a punto de hacer, sintió el tiempo detenerse pasando para él varios minutos. No fue hasta que el automóvil siguió su camino lejos de él, pero en ese momento el miedo llegó a su cuerpo cuando recordó que Elsa estaba caminando sola y esos sujetos estaban buscando a alguien nuevo para satisfacer sus oscuras necesidades.

Sin darse cuenta dejó caer su paleta al piso cuando comenzó a caminar hacia donde estaba esa heladería, odiando a las personas que pasaban a lado, enfrente o detrás de él, esas personas que no lo dejaban correr con libertad y obligándose a caminar como una persona normal.

¡Señor Jack! ¡Señor Jack!

Los gritos en la mente de Elsa llegaron a él, aun cuando no corrió con la velocidad a la que no estaba acostumbrado llegó a ver como se metía al automóvil ese tipo calvo con esa pequeña rubia que conocía a la perfección, mirando cómo salió humo cuando se pusieron en marcha dejando detrás un ruido chirriante por culpa de las llantas. Caminó quedándose de pie frente a esa paleta que había sido pisada, esa paleta que ella había escogido entusiasmada para sí misma, sus ojos se tornaron negros por el enojo que estaba sintiendo al ver que se habían llevado algo que para él se había vuelto sagrado. Sus manos las hizo puño al imaginar cómo mataría a esos dos sujetos que se habían llevado a esa niña que jamás le había hecho daño a nadie, que era como un ángel, era su ángel.

Caminó hacia alguna calle en donde no hubiera personas presentes, colocándose en su rostro ese cubrebocas negro para que nadie lo reconociera, y cuando finalmente encontró un callejón solo pudo correr a toda velocidad.

Sabía a dónde la llevarían y sabía que era lo que les haría a esos dos que se atrevieron a tocarla.


—Llegamos —informó Jack—, ahora, ¿puedes soltarme?

Las manos de la niña y del albino seguían entrelazadas, Elsa no quería soltarlo, no quería dejar de sentir esa fría piel que él tenía, no quería desaprovechar esa oportunidad de seguir tocando.

—No quiero —dijo negando con la cabeza—. No lo soltaré.

Jack miró sorprendido como Elsa apretaba con más fuerza su mano, sintiendo ese cálido toque por parte de ella. Puso sus ojos en blanco tratando de soltar su mano del agarre, pero entre más lo intentaba, la pequeña incrementaba más su fuerza, temiendo el soltarlo.

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