Otoño

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Sus manos sujetan con fuerza ese jarrón de cristal que tomó de uno de los gabinetes de la cocina. Dentro de ese se hallaban los tulipanes violetas que le había regalado su señor a la pequeña Elsa, sube las escaleras con suma precaución temiendo el caer y dejar que esas bellas flores caigan junto con ella. Sube hasta llegar a su habitación dejando aquel jarrón transparente lleno de agua sobre su mesita de noche.

Jack mira esa tierna escena, recostado en la cama de Elsa. Aparta la mirada de la niña mirando el paisaje que había desde el balcón de su habitación; la atmósfera a su alrededor traía paz en él, se sentía en casa al estar en la habitación de la pequeña, cuidándola hasta que llegaran sus padres, temiendo que al estar sola algo malo podría sucederle.

Elsa con una sonrisa al dejar esas flores a un lado de su lámpara se aleja unos pasos, cerciorándose que el jarrón no estuviese acomodado como a ella le gustaría, sonríe al verlo justamente como lo había imaginado, luciendo estupendamente bien a un lado del relajo y de la lámpara. Su mirada deja de contemplar el jarrón para ahora prestar toda su atención a su señor, le sonríe sin que este se de cuenta, subiendo a su cama y acostándose a su lado.

La mirada de Jack deja de ver hacia afuera del balcón al sentir el cuerpo de Elsa a su lado, mirando a la pequeña acostada de lado, una de sus manos está bajo su almohada, en donde dejó cómodamente reposada su cabeza, mientras su mirada parece querer guardar cada detalle y cada facción del rostro del albino.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así? —cuestionó Jack.

—No es nada, solo estoy feliz de que esté aquí —confesó en voz baja—. No creía que fuera a ir a verme bailar, o que ahora haya decidido quedarse conmigo.

—No tenía nada mejor que hacer —respondió, encogiéndose de hombros—. Además, no confío en que puedas quedarte tú sola durante un par de horas.

Elsa sonríe, mirándolo recostado sobre su cama, su espalda está recargada en la cabecera, sus brazos están cruzados sobre su pecho, sus piernas también las tiene cruzadas dejando ver por primera vez a la pequeña esos pies pálidos cuando él decidió recostarse y quitarse esas botas juntos con los calcetines.

—¿Puedo seguirle preguntando cosas, señor Jack? —Él respondió asintiendo con su cabeza, con la mirada fija en la pared que tenía frente suyo—. ¿Cuántos años tiene?

—Dejé de envejecer en mil setecientos treinta y cinco a la edad de veinticinco años —Jack nota que Elsa comienza a hacer cálculos con la ayuda de sus dedos, siéndole algo difícil—: Nací en mil setecientos diez, lo que significa que tengo más de trescientos años.

La boca de Elsa se abrió por la sorpresa de saber que su señor tenía muchos más años de lo que ella hubiera creído. Trata de disimular su asombro cuando este la voltee a ver, viendo como los azules ojos de Elsa miran hacia el techo, hacia su edredón o algún otro punto que no sea la penetrante mirada del albino.

Son demasiados años. Es impresiónate.

—¿Era todo lo que querías preguntar?

—No, también quiero saber. ¿En dónde nació?

—En Inglaterra.

—Las personas que estaban en el bosque, cuando esos lobos nos atacaron, ¿eran sus padres?

—No, ellos son mis tíos —le contestó—. Mavis, era la hermana de mi padre, y Aster, es su esposo desde hace varios siglos.

—¿Y sus padres, señor Jack?

Se quedó todo en un silencio incómodo. Jack se quedó callado pensando en esa pregunta, sin tener demasiada información, solo la necesaria para ya no volver a preguntar. Elsa lo mira agachar su cabeza y encogerse de hombros.

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