Tulipán Jaspeado

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El aire en sus oídos era un zumbido constante que lo llenaba de calma; atrás de él, su pareja lo rodeaba con sus brazos en un apretado abrazo cargado de desesperación y miedo a la muerte. Al principio, el escandaloso chico que ahora se aferraba a él como si fuera un perezoso o un pedazo de madera después de un naufragio, intentó exigirle a gritos que redujera la velocidad, pero el otro pronto descubrió que el viento se llevaba sus gritos, así que optó por cerrar la boca, apretar los ojos e intentar fracturarle las costillas con los brazos. Si era del todo sincero, estaba agotado después de casi veinte horas conduciendo; pero el líder de la excursión no daba tregua. Su mayor preocupación era el chico sentado a su espalda, porque por microsegundos el agarre se hacía débil... Necesitaban descansar.

Pero Capricornio se negaba a escucharlos cuando se acercaban a él en la carretera. Podían ver, desde su posición, que su compañero de viajes también se quejaba de lo mismo y, por los espejos, veían la protesta que se gestaba en la furgoneta; esa cosa era un caldo de cultivo de una rebelión tan grande como la estupidez combinada de todos ellos. Su espalda dolía a niveles que no creyó posibles. ¿Acaso Capri no era humano?

— Tengo sueño— Se quejó el rubio a sus espaldas. La frase apenas le llegó a los oídos, a la velocidad a la que iban, el viento que los golpeaba de frente se lo llevaba todo; pero no podía disminuir la marcha, porque entonces el pelinegro los dejaría atrás— Cerca hay un hotel. ¿Por favor?

Soltó un suspiro. Escorpio era duro, cortante y cruel con todos, pero, por alguna razón que no lograba comprender aún, no podía serlo con Leo; a ese niño mimado no le podía negar nada. Sabía que se iba a arrepentir después, sabía que Capricornio lo retaría como si no hubiese un mañana, pero estaba a nada de acceder. No sólo porque el rubio se lo pedía, aunque era parte importante de todo esto, sino porque morir en un accidente en carretera por conducir dormido no estaba en sus planes para ese día. Asintió. Redujo un poco más la velocidad, sólo lo suficiente como para que el chico detrás de él se sintiera con la confianza de soltar un poco su agarre. Tenían que enviar el mensaje, tenían que comunicarse con la furgoneta para ganar por mayoría numérica. El agarre volvió a apretarse poco después de que el vehículo a sus espaldas encendió y apagó sus luces, dando a entender que la rebelión había empezado.

Las antiguas líneas de señalamiento apenas se veían en la oscuridad de la noche; la carretera estaba casi vacía a esas horas, así que Capricornio se dio cuenta muy rápido cuando su moto se desvió para entrar en el estacionamiento de un motel de paso. No había autos, estaba casi vacío, como abandonado. Leo bajó de un brinco con renovadas energías, casi corriendo hacia la exigua recepción donde un señor que tenía entre los setenta y la muerte leía un periódico bajo la escasa luz de su foco a medio fundir. Preguntó si tenía habitaciones, más por cortesía que por necesidad, era obvio que ese lugar estaba desierto. Ni siquiera le preguntó a Escorpio, sólo dio el dinero y rentó una.

La furgoneta llegó instantes después, soltando a su panda de idiotas que corrieron por el lugar como incivilizados antes de que Cáncer y Libra tomaran el control de la situación. Su rubio ya estaba entrando a su habitación temporal, por lo que no tenía tiempo que perder afuera. Además de que la noche era cálida, de esas que te hacen sudar y sólo deseas entrar para encender el aire acondicionado. Cerró la puerta cuando los primeros gritos histéricos de Géminis se escuchaban; no le interesaba mucho lo que pasara con sus amigos, además de que quería tener seguro en la puerta cuando Capricornio llegara.

Leo estaba cerrando con seguro las ventanas; desde hacia un par de horas que lo notaba un poco paranoico, pero no se había animado a preguntar por miedo a las posibles respuestas. El rubio dio un respingo cuando lo tomó por la cintura, recargando su cara en su espalda, como el contrario había hecho durante todo el viaje. Sintió un leve golpe en la mano; las uñas del otro eran un poco más largas de lo esperado, lo cual le encantaba algunas veces, pero hacían un ruido martirizante cuando tamborileaba contra alguna superficie. Inspiró su aroma, olía a limpio aún después de casi veinte horas de viaje en carretera. Lo haló hasta que se sentó en la cama, haciéndolo caer en su regazo. Ambos soltaron una risita tonta, antes de que Leo se tirara a un lado para quedar acostados juntos.

Desastre || ZodiacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora