El calor de la noche los hacía sudar un poco, lo suficiente como para que sus camisas se pegaran a su espalda, pero no como para ser insoportable. No podían apagar la fogata, sin embargo, porque entonces Capricornio saldría de su tienda compartida y los utilizaría para alimentar el fuego que osaron apagar. Además de que estaban a instantes del amanecer, cuando la noche es más oscura, y necesitaban de la molesta luz anaranjada que el fuego les proporcionaba. Tendrían que trabajar en silencio, sudando y tendrían que hacerlo rápido, para que les diera tiempo de limpiar el desastre que estaban dejando si no querían alertar a nadie.
— ¿No puedes estar un poco más feliz?— El contrario no respondió nada, sólo se limitó a fulminarlo con la mirada. Sus ojos verdes brillaron furiosos, reflejando la cálida luz y las llamas danzantes, confiriéndole un aspecto amenazador que hizo que el de lentes alzara las manos en señal de rendición— Sólo decía...
Se escabulló a media noche a la tienda de uno de sus mejores amigos, pidiéndole con todas sus fuerzas a las estrellas para que este estuviera dormido y no se despertara, con la única intención de sacar al chico que ahora lo ayudaba. Movido por la más pura desesperación que había sentido en su vida. Era como un impulso insano que lo hacía cometer errores y sentirse inseguro todo el día. Intentaba no pensar en eso, pero era difícil cuando el sentimiento de vacío no desaparecía de su interior.
Y sí, quizá se sentía un poco mal por utilizar a alguien como el de cabello negro de esa manera tan descarada, pero no podía maquinar otro plan, no estando en medio de la nada, no cuando sentía que a cada segundo el mundo se acababa un poco más. En su lista de prioridades, esto era casi moral. Aun así, no podía convencerse del todo de que estaba bien usar a alguien de esa manera.
Hasta una persona como él tenía conciencia.
Los primeros rayos del sol empezaban a salir, arruinando toda la planeación que tenía. Maldijo por lo bajo, distrayendo al otro que aún no comprendía por qué lo estaba ayudando en la madrugada de ese día, mientras comenzaba a guardar todo en esa vieja mochila que siempre lo acompañaba en todas sus aventuras. Su amigo, que era mejor persona de lo que él mismo creía, se limpió la boca con su pañuelo antes de comenzar a levantar las cosas a la velocidad de la luz.
Rodeándolos, un desastre de proporciones mayores amenazaba con delatar todo el secretismo que imperaba en esos momentos. Ambos chicos se convirtieron en los mayores paranoicos del planeta, por encima, incluso, de aquellos que usaban el aluminio como material para gorras. Miraban sobre sus hombros cada tres segundos, temiendo el instante en el que alguna de las tiendas de campaña se abriera, para revelar a uno de sus compañeros de aventuras y, con ello, todo lo que tramaban.
El campamento comenzaría a despertar en cualquier momento.
Y, contrario a bajar las escaleras una mañana de navidad para ver el árbol rodeado de gigantescas cajas de regalos, lo que se encontrarían sería un festival de pétalos, coágulos y capullos descartados. Y, en el centro del todo, a los causantes de tal escena intentando ocultar lo ocurrido sin mucho éxito. No era un dulce despertar; no encajaba para nada con el alegre cantar de los pájaros; no cuadraba en lo absoluto con la calma de aquel bosque. Así que ahí estaban los dos chicos, intentando meter toda posible evidencia en sus mochilas, manchándose las manos con sangre y flemas mientras intentaban no sentir asco al tiempo que el sol parecía apresurarse por iluminar todo y las sombras les quitaban su manto protector de los hombros.
Un par de movimientos se vieron en las tiendas, mientras el silencio imperaba afuera y todo parecía amplificado por un megáfono; al tiempo que ambos criminales nocturnos se desesperaban cada vez más, dedicándose miradas un poco asustadas, y ese impulso que lo llevó a hacerlo en primer lugar bramaba en su pecho, exigiéndole que las cosas salieran como si este fuera el mundo ideal.
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Desastre || Zodiaco
RomanceNo sólo era miedo a morir, era miedo a ser olvidado, era pánico por aceptarlo. Era un maldito grito de auxilio cubierto de pétalos...