Tenía los brazos de su pareja alrededor de su cintura y el más alto recargaba su cara en su hombro. Un gesto muy cariñoso que lo había engañado la primera vez. El mayor sólo esperaba por un descuido de su pareja para atacar. Mientras, él seguía batiendo la mezcla de claras y azúcar. Sería más fácil si el mayor no estuviera aferrado a él cual perezoso, pero no le molestaba del todo, siempre y cuando mantuviera las manos en su cintura y no tocara su preciada mezcla. En esos momentos se arrepentía de no estar en su casa, pero cierto signo de fuego había intentado sorprender a su pareja con un desayuno y había terminado incendiando el horno. Leo sería muy bonito y todo eso, pero no se le daba la cocina.
El de cabello azul soltó un suspiro y el agarre en su cintura se hizo más fuerte, apegándolo más al cuerpo de su novio. Por fin había terminado con eso y ahora sólo venía lo difícil. Se volteó un instante, para mirar al de cabello oscuro, y haló de uno de sus mofletes, los cuales habían crecido más desde que el signo de tierra había expropiado su cocina. Le gustaba.
— No quiero que metas el dedo esta vez— Lo fulminó con la mirada y el otro hizo un puchero— En tu refrigerador hay una cuchara con masa cruda.
Tauro era como un perrito, al oír esas palabras sus ojos se iluminaron y casi movía la cola. Lo soltó de inmediato, causándole al más bajo una sensación de vacío, como de que algo le faltaba. El castaño oscuro volvió con un cucharón que contenía las sobras de masa cruda de las galletas de esa mañana. Cáncer infló el pecho de orgullo pues adoraba ver cómo sus seres queridos disfrutaban de su cocina. Más si era Tauro, ese dormilón tenía un poder especial sobre él que lo hacía querer mantenerlo feliz por el resto de sus vidas. Lo miró un segundo más mientras el mayor comía la masa cruda como si fuera ambrosía, manchándose un poco en el proceso, lo cual le confería un aspecto como de niño chiquito y hacía que el pecho de Cáncer se encogiera de ternura. Sonrió cariñoso y volvió a su mezcla. Si acababa rápido, podía volver a su casa y dormir un poco.
— No quiero irme— Confesó Tauro con esa voz tierna que hacía cuando comía algo— Allá no tienes horno y no hay nada dulce.
— Debiste pensar en eso antes de unirte en ese plan— Tomó aire y lo soltó lentamente, no debía enojarse o todo quedaría mal— Yo tampoco quiero irme.
Claro que no querrían irse de la civilización, nunca era bueno eso; menos con los signos más tontos. La sola idea de soltarles la correa en medio de la nada, con tantos animales venenosos y con el barranco tan cerca le helaba la sangre, pero debían hacerlo. ¡Y era culpa de ellos! Refugiarse hasta que las cosas hubieran pasado, mientras rezaban todas las noches que algo peor ocurriera para que el mundo dirigiera el reflector a la otra cosa y a ellos los olvidara era lo mejor. Sin embargo, no le agradaba.
Tiempo indefinido, en medio de la nada, sin camas o cualquier otra cosa que les concediera la civilización... Sonaba como una pesadilla, más para ellos que habían crecido en la ciudad y lo más cerca que habían estado de la naturaleza había sido sus patios. Podría llevar algo para cocinar, algo fácil, pero no sabía por cuánto tiempo estarían viviendo al puro estilo cavernícola, así que lo mejor era no llevar nada. Después de un tiempo las cosas se ponían raras y los signos tontos se obstinaban en que la unión no funcionaba y lo ideal era hacer tribus guerreras... Una pesadilla.
En algún momento Tauro había terminado su masa cruda y lo volvió a abrazar sorprendiendo a Cáncer por el tacto repentino. El de tierra rio bajito, muy cerca de su oído, y el de agua sintió su aliento golpear contra su piel, haciendo que se estremeciera un poco. Frunció el ceño y dejó a un lado la pala con la que mezclaba su espuma azucarada.
— Amor, ¿Me pasas la bolsa con punta?— Hace años, cuando aún no le decían al mundo sobre lo suyo, que Cáncer se había rendido con eso: Tauro jamás se aprendería los nombres de las cosas que utilizaba para cocinar; él sólo comía. El castaño le tendió la manga pastelera y Cáncer siguió con la receta, rellenando la manga con la mezcla— ¿Y la cosa para el horno?— Pero algo bueno de su pareja era que ponía todo su empeño en hacer las cosas que le pedía. Llegó corriendo con la bandeja y Cáncer le sonrió— Ya casi acabo— Respondió ante la mirada curiosa del otro.
ESTÁS LEYENDO
Desastre || Zodiaco
RomanceNo sólo era miedo a morir, era miedo a ser olvidado, era pánico por aceptarlo. Era un maldito grito de auxilio cubierto de pétalos...