Lo molestaba, claro que lo hacía. Desde que tuvo la mala suerte de toparse con esa panda de idiotas, siempre le habían hecho lo mismo. Así que el pelinegro estaba harto de ser siempre el que dejaban atrás para todo. Pero esta vez no lo harían, menos cuando él se había visto envuelto en sus locuras y ahora también debía esconderse. Así que ahí estaba, en medio de la nada, explotando de la ira, mientras su acompañante se sorprendía al ver tantos árboles juntos.
— ¡No puedo creer que nos hayan hecho esto!— Chilló el de ojos ambarinos, casi de un amarillo imposible, mientras avanzaba. Bajo sus pies, los restos de diferentes bayas silvestres hacían ruidos pegajosos al ser aplastadas. Dejó entrever una mueca de disgusto— ¡Siempre hacen lo mismo!— Dijo con una voz más aguda al tiempo que daba un pisotón al suelo. El chico frente a él se detuvo en seco para voltear a mirarlo, confundido por la molestia del contrario.
— Si siempre hacen lo mismo...— Empezó el de lentes quien, al parecer, no era muy listo a la hora de interpretar miradas. El más alto sabía lo que estaba a nada de decir, porque lo conocía a la perfección; así que lo estaba asesinando con la pura expresión, en un intento de que no abriera la boca para pronunciar una estupidez; pero él, como esos perros tontos, sólo ladeó la cabeza al tiempo que sonreía, sin entender el enfado del otro— ¿No deberías estar acostumbrado ya?
Esto era el colmo.
Un nuevo pisotón, un bufido y casi un golpe por parte del más alto, soltando un poco de toda la frustración que, desde hace unas horas, no hacía más que aumentar en su cuerpo. ¡Es que el contrario no podía ser tan idiota! Se lo hubiera dado, de no ser porque ese bulto de ropa sucia dispuesto en el rincón de su habitación hecho niño de verdad hizo acto de presencia, corriendo en su dirección. De la nada, sin previo aviso y como si su vida fuera de ellos, Sagitario salió de entre los árboles. Redujo la marcha, hasta finalmente detenerse unos pasos delante de donde los recién llegados estaban, como si hubiese visto un fantasma. Hace meses que no se encontraban frente a frente; la confusión en el signo del Arquero era evidente.
— ¡Perra!— Gritó, a modo de saludo, con ese ímpetu que lo caracterizaba. El mencionado, porque claro que sabía que se refería a él, puso los ojos en blanco antes de que ese muñeco de trapo viviente lo rodeara en un apretado abrazo que casi lo mata. Miró a su acompañante por encima del hombro del otro, logrando encogerse de hombros un poco, como quien no tiene más opción que seguirle el juego a lo absurdo. Y, si una palabra definía a Sagitario, esa era absurdo.
El abrazo se prolongó por más tiempo del socialmente aceptado para un saludo y él sabía que eso significaría una discusión y problemas por la noche. Y no estaba de humor para eso, no después de ese largo viaje de casi dos días. Así que rebuscó en su interior para juntar las fuerzas necesarias y apartar al Arquero. Al instante de hacerlo, se arrepintió: Sus azules ojos, que otrora brillarían por una alegría infantil, ahora se veían humedecidos por las lágrimas que se acumulaban en ellos, amenazando con salir en cualquier momento; su labio inferior le temblaba. El corazón del más alto se sintió apretado al tiempo que un instinto casi maternal de atraerlo de nuevo y rodearlo con sus brazos para protegerlo de lo que sea que lo tuviese así se apoderó de él. Se contuvo, sin embargo, al sentir la mirada del otro.
Sagitario sorbió por la nariz y forzó una sonrisa triste. El recién llegado sintió cómo su corazón se volvió a encoger de ternura: Había olvidado que algunas veces esa patosa marioneta de trapo podía ser tan pequeño e indefenso como un cachorro. Le sonrió de vuelta, al tiempo que apretaba una de las manos del signo entre las suyas, intentando reconfortarlo, aunque sea un poco.
— Pensé que ya no me decías así— Fue lo único que atinó a decir. Tenía tantas preguntas, había pasado tantísimas cosas, que no sabía por dónde comenzar siquiera. Todo se mezclaba en su mente hasta formar una amalgama de sinsentidos.
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Desastre || Zodiaco
Storie d'amoreNo sólo era miedo a morir, era miedo a ser olvidado, era pánico por aceptarlo. Era un maldito grito de auxilio cubierto de pétalos...