IV.

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El viento soplaba suave y la armonía conllevaba aquel paisaje.

Un río, una mansión, caballos, personas, bailes, joyas.

Todo pasaba delante de mí como si de una película se tratase, extendí mi mano para tocar la cristalina agua del río y frotaba mis pies en un fallido intento de sentir el verde pasto.

Allí estaba.

Allí estaba él.

Aquel misterioso recuerdo que invadía mi mente.

Aquel misterioso chico siempre lo acompañaba

(***)

—¡Señorita Colesther!—gritó la profesora de matemáticas perdiendo los estribos—¿puede pisar tierra por un momento?—la profesora Ashley, una mujer morena y robusta de unos cuarenta años era conocida particularmente por ser amable, pero podría perder los estribos fácilmente.

—¡Dígame, señorita Ashley!—contesté casi en un tartamudo y saltando de mi asiento para ponerme en pie.

—¿Podría decirme cuál es la raíz cuadrada de 64?—preguntó, cruzando sus brazos y tomando una posición de enfado.

—La respuesta es 8, señorita.

—Correcto, muy bien.—contestó y prosiguió a dar la clase, a la cual no podía prestar atención.

El timbre sonó anunciando el receso y la libertad en mi respectivo caso, literalmente corrí hacia la salida para tomar aire fresco y estirarme, mi mente había estado algo revuelta y todo los asuntos que embargaban mi vida me hacían perder un poco la cordura.

Un pequeño pinchazo vino de mi muñeca derecha, bajé mi mirada y para mi sorpresa está se tornaba de un significativo color morado.

—¿Qué demonios?—dije, Mia quién estaba allí con la mirada curiosa se acercó.

—¿Qué ocurre, Ann?—preguntó, posicionando su mano en mi hombro.

¿Acaso no lo ve?

—¿Es en serio, Mia?—contesté como si lo que me pasaba fuera lo más obvio del mundo—mira mi muñeca—levanté mi muñeca derecha y Mia seguía con la misma expresión de confusión en su rostro.

—Qué tiene? Es muy blanca, sí.—rió, quería darle una bofetada a mi mejor amiga, era obvio que había tomado un color morado.

—Mia, se me está pudriendo la muñeca, ¿acaso no ves el brazalete?—contesté detonando un tono de enfado. Mi mejor amiga retrocedió dos pasos, su expresión creo que jamás la olvidaré.

—Ann, no tienes ningún brazalete—contestó, colocó su mano en mi frente insinuando que estaba enferma—estás sudando mucho, ¿te sientes bien?

¿Qué demonios pasaba con Mia? Era obvio que había un brazalete.

Caminaba a grandes zancadas por los pasillos expulsando mucho aire por mi nariz. Choqué con algo y caí de trasero al suelo, el dolor en mi muñeca se intensificaba y sentir dolor en otra parte de mí cuerpo lo empeoraba.

—Demonios, Annie, pareces una bomba a pocos segundos de estallar—habló la reconocible y ronca voz de Axel—ven, te ayudo.—extendió su mano frente a mí, la rechacé y me levanté por mi propia cuenta.

Él se encogió de hombros, iba a hablar pero sus ojos casi abandonan sus cuencas al reparar en mi muñeca.

—¿Qué demonios le pasa a tu muñeca?—preguntó, exaltado tomando mi muñeca derecha entre sus grandes manos.

—Espera...¡¿Tú lo ves?!—pregunté, el asintió con obviedad.

—¿Quién no podría notar que se te está pudriendo la puta muñeca, Annie?—dijo, intentando quitarme el causante del dolor. Todo intento fue en vano, por lo contrario, la mano de Axel comenzó a botar un poco de líquido rojo, era sangre.

—¡Axel, estás sangrando mucho!—grité, rompiendo parte de mi falda para vendar la herida de su mano.

—¡Y a ti se te pudre la muñeca, vamos a la enfermería!—bromeó, rió ligeramente pero el dolor le ganó, dejándolo en parte inconsciente.

Nos hicimos pasos entre los estudiantes que nos dedicaban miradas confundidas, Axel estaba recargado en mi y como pude estaba caminando hacia la enfermería con un chico de más de un metro ochenta y cinco encima de mí.

—¿Podrían ayudarme? ¡Está sangrando!—grité, exhalando aire el llevar a Axel se me dificultaba cada vez más. Un chico de cabello castaño y ojos miel se acercó a nosotros dispuesto a ayudar pero su expresión serena y samaritana cambio a una de enfado.

—No creo que sea bueno bromear con que alguien está herido, señorita Colesther.—dijo molestó para desaparecer entre la multitud que se encontraba en los pasillos.

¿Qué demonios...?

Axel está sangrando a chorros por su mano y me dice que no bromee con eso, ¿acaso no lo ve?

La hora del juego se torna divertida, ¿no, Lady Colesther?

No me jodas...

Estaba justo al frente de la enfermería, mi cuerpo no pudo más y me desplomé haciendo un estruendo y que la puerta se abriese.

—¡Señorita Colesther!—gritó Jessica, la enfermera mientas me ayudaba a levantarme del suelo y me acostaba en la camilla.

—Ayúdelo....a...—jadeaba por el cansancio y dolor—él, está sangrando....—señale a Axel con mi dedo índice. Rápidamente la enfermera se puso de cuclillas dispuesta a inspeccionar a Axel, su respuesta me heló.

—Señorita, él no tiene nada.—contestó, posicionándose a mí lado.

El juego empezó.

Luego de la respuesta de Jessica y oír esa voz mi cuerpo se desplomó y mis párpados se cerraron sin previo aviso.

Time eyes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora