XVII.

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Axel.

Mi cabeza amenazaba con explotar cada vez que intentaba recordar algún indicio de mi pasado, cada cierto tiempo mi memoria se iba y algunos recuerdos permanecían intactos.

Pero siempre había una imagen en mis recuerdos que no podía dejar atrás: Annielies Colesther.

¿Razón? Era totalmente desconocida.

¿Una confesión? Sentía una fuerte energía cuando estaba cerca de ella.

¿Normal? No lo creo. Comenzaba a sospechar que ella había formado parte de mí y de mi pasado.

Aunque desde mi llegada aquí no puedo recordar nada a lo anterior de esto, incluyendo mi nombre el cuál tomé tras ver una A, en una carta para una chica con iniciales que ahora no podía recordar.

—Que mañana tan fría—susurré, frotando mis manos para entrar en calor.

Caminé hacia la ventana para apreciar el pasaje tras está; nieve en cada rincón del patio y entre la nieve aquella hermosa flor. Salí de mi hogar para dirigirme a dónde se encontraba.

—Realmente eres una dura, ¿eh? Soportas cualquier clima.

Acaricié la blanquecina flor entre mis dedos y sonreí sin saber un porque.

—¡Finalmente encuentro donde vives! De pura casualidad, ¿no querías vivir un poco más lejos?—interrumpió Annie, la cual tiritaba de frío.

Me encogí de hombros antes de ganarme una mirada de odio por su parte.

—¿Qué haces aquí? Y en todo caso...¿cómo demonios encontraste mi casa?

Ella sonrió maliciosamente, acercándose a la puerta de mi casa para entrar sin autorización, le seguí el paso y la pelinegra tirada en el sofá suspiraba.

—Ser cofundadora de esté misterioso pueblo, tiene sus ventajas—su sonrisa se ancho más y una de sus negras cejas se arqueó—me lo han dicho en la escuela.

—Menuda interrupción a la privacidad.

—¿No pensabas nunca invitarme a tu casa, Axelsito?

La expresión que reflejaba su rostro era distinta, había pura diversión y parecía ser distinta.

—¿Quién eres?—pregunté, tensando mi mandíbula y puños.

Su sonrisa se anchaba al punto de parecer malévola, me acerqué a ella rápidamente para sujetarla y algo que sucedió me dejó estupefacto.

Desapareció.

—¿Quizá mi magia no sea tan poderosa en este siglo?—intervino la chica que anteriormente se había desaparecido.

—¿Quién eres?

—Annielies, Axel—contestó con simpleza—¿acaso no me ves?

—No eres ella. Podrás ser idéntica a ella, pero no eres ella.

—¿No?—contestó arqueando una ceja.

—No.

—Veámoslo—contestó y corrió hacia mí, intenté sujetarla pero mis extremidades no se movían. Junto nuestros labios en un salvaje beso, mis ojos permanecían abiertos sin poder seguirla.

Eso era. Me estaba probando, una sonrisa se extendía en su rostro.

—Si no me consideras ella, ¿por qué te pusiste tan rojo con un simple beso?—limpió la comisura de sus labios y acarició mi cabello revoltosamente.

—No eres ella...—balbucee, sin comprender bien la situación.

—Tan terco como siempre, mi querido, A.

Después de emitir tales parabas, la carta vino a mí mente, intenté decir alguna palabra pero nuevamente había desaparecido. Mis extremidades parecieron recobrarse y corrí hacia afuera intentando seguirla, fue en vano.

—¡Maldición!—grité a los cuatros vientos desesperado. Regresé a mi hogar cabizbajo y con miles de preguntas.

Ella debe saber quién soy, su sonrisa me lo delató.

¿Formó parte de un macabro juego?

Al regresar al blanquecino patio, aquellas manchas carmesís llamaron mí atención.

Era la blanquecina rosa, intacta, rodeada de lo que parecía ser sangre de la invasora.

~★~

Después de estar más de dos horas pensando en mi casa que hacer, decidí la opción más cuerda. Llamé a Annie para reunirnos en la mansión Colesther, la cual accedió pero llevaba más de treinta y cinco minutos de retraso.

—¿Cuándo llegará esa chica?—froté mis manos intentando obtener algo de calor.

Fijé mi mirada en la mansión, principalmente en el jardín central.

—Así que también aquí aman las rosas blancas.

—Sí, sí tienes alguna queja, puedes ir con nuestro jardinero personalmente, rubio—giré sobre mis talones y la pelinegra sonreía con dulzura.

—¿Eres real?—pregunté.

—¿Ah?

—Sí, eres la real.

—¿A qué te refieres?—preguntó, caminando hacia la reja negra que daba acceso a la mansión.

—No debes saberlo. No es importante—resté importancia, entrando rápidamente.

—Sí debo.

—No, no debes.

—Pero...

—Pero nada—interrumpí, cortándola en seco.

—Como sea. Hay algo que debo mostrarte.

Alcé mi ceja izquierda y le hice ademán de que hablase.

—Hoy voy a viajar.

—¿Viajar? ¿A dónde?—indagué, pasando el pestillo.

—Al pasado—sonrió, lanzándose al sofá del salón principal.

Una carcajada explotó en mí y miré con incredulidad a Annie, la cual me miraba con un brillo de ira en sí.

—Espera...—sequé mis lágrimas, deteniendo la carcajada—¿es en serio?

—¿Acaso me veo que estoy de broma?

—Demuéstralo.

Ella se limitó a contestar y levantándose del sofá, camino hacia las escaleras.

—¿Te piensas quedar allí?—preguntó, subiendo rápidamente escalón tras escalón.

La seguí y en menos de un pestañeo estábamos en el ático nuevamente. El ático donde comenzó todo.

—¿Qué harás?—curioso observé a Annie, quién se acostaba en el suelo y sujetaba el brazalete.

—Tú, solo cuídame.

Y antes de que pudiera responder algo, ¡¿se durmió?!

Time eyes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora