Sangre

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Yuya trataba de no llorar en ese momento. Los habían separado a todos. Claro que lo habían hecho. Yuri y Yuto habían empezado a golpearse uno al otro, se habían halado el pelo e incluso se habían dicho cosas horribles. Porque si, el de ojos grises había forzado su garganta a hablar y a pronunciar palabras con desprecio. Dos de sus personas favoritas se habían hecho daño mutuamente y creía que podrían no volver a arreglarse nunca más. Yugo se había metido en algún punto a la pelea, solo para separarlos. Cosa que tampoco fue muy buena. Si bien el de ojos grises había empezado a atacar, el de ojos fucsias también lo hizo sin remordimiento. Solo que eso no era lo único que lo tenía preocupado. Los otros dos que habían estado en esa celda, Reiji y la chica se los habían llevado también. No sabía a donde y no sabía por qué. Solo sabía que estaban afuera.

Y él estaba allí. En esa habitación, él solo. Le aterraba un poco, puesto que apenas veía un foco blanco arriba de él. No mucho más aparte de eso. No estaba seguro de donde estaba. Podría ser la celda, podría ser el primero al que habían traído mientras a los otros... no sabía que les habían hecho a los otros. Solo sabía que él, quien no había hecho nada en la pelea, estaba allí. En una habitación que poco o nada reconocía. Por muy raro que sonara, había intentado oler también, a ver si se encontraba con algo familiar a lo que había en su celda con Yuto. La verdad era que estaba un tanto desesperado por entender lo que pasaba alrededor. No tenía a su mayor apoyo a su lado y tenía que encontrar alguna manera de tranquilizarse.

Pero no pudo. Solo sonaba su respiración en todo el lugar.

Y así se mantuvo durante varias horas hasta que le entraron su comida. Pasó un poco más de tiempo. El suficiente como para que Yuya tuviera el hambre suficiente y la valentía para comerse algunos pedazos de manzana. Allí, fue cuando Yuri entró a la celda con él. No lo supo cuando entró. Lo supo cuando este bufó y se hizo en una esquina de la habitación. O lo que creyó que era la esquina. Aún no estaba muy seguro de eso. La cosa es que, tras un rato de meditarlo y de intentar hablarle, el de ojos rojos se acercó a él con pasos inseguros y un bol de granola en la mano. Al llegar al lugar donde estaba el de ojos fucsias, este último se alejó, casi como si no lo conociera.

—Deberías comer —Yuya se sentó a su lado, miraba el bol, ligeramente avergonzado—, debes de tener hambre —otro bufido de parte del otro. El de ojos rojos tomó aire y le acercó el bol, se lo puso en el suelo y lo arrastró—. Es mía, pero puede comerla.

—No tengo hambre —gruñó de mal humor y con los brazos cruzados. Hubo una pausa. Yuya presionó sus labios, unos con otros.

—Escuché tu estómago gruñir cuando llegaste —dijo él—. Eso quiere decir que estás hambriento, ¿no?

—Mientes —gruñó de nuevo, alejándose más si era posible del otro. Solo que este estaba consternado y solo escuchaba su voz para sacar sus propias conclusiones.

—Sé que mentir no es malo —admitió recordando a Emi—, pero no lo haría. No tengo una razón para hacerlo ahora —Yuri se abstuvo de decirle algo. El de ojos rojos se mantuvo quieto esperando, hasta que le movió un poco más el bol hacia él—. Come, Yuri.

—¿Por qué nos dejaste? —preguntó en un susurro. Yuya parpadeó confundido. El otro volvió a bufar—¿Por qué confiaste en extraños? Ya ibas a aceptar lo que ellos te decían sin dudarlo. Y él, como dices, se parecía al morado.

—Oh —comprendió mientras parpadeaba suavemente—, ellos no hicieron nada malo. No parecían quererlo.

—El que no lo parezcan no quiere decir que después no vayan a hacerlo —gruñó el de cabellos morados y rosados. Arrugó su ceño, molesto—. Ellos no eran de confiar, ni nada parecido. Ninguno es de confiar a parte de nosotros.

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