Celda

726 45 11
                                    

Quizás el nunca haber despertado hubiese sido su mejor decisión. Pero eso ni siquiera era posible para él.

Su cuerpo le dolía terriblemente. Su estómago había recibido las consecuencias de un agarre fuerte y asfixiante. Sus pies estaban dormidos todavía y las manos cansadas hasta la médula por el tremendo esfuerzo de tratar de liberarse que hizo. Le recordaba perfectamente. Pero ahora eso no le interesaba o al menos no tanto, estaba asustado, quería a su madre, quería a su padre. Quería reencontrarlos y darles un fuerte abrazo.

Su pecho subía y bajaba a su antojo, nada de esto le parecía agradable. Sentía un frio enorme y la pared vacía apenas a la vista no para nada tranquilizante. Con mucho esfuerzo y la curiosidad de saber dónde se encontraba trató de levantarse. Cuando sus pies tocaron suelo totalmente puso sus manos a los lados para su equilibrio. Miró hacia atrás apenas pudo. Un par de pasos hacia atrás le sirvieron de amortiguamiento para poder sostener su impresión.

Estaba en una celda.

Parecía de esas que veía en las caricaturas, con barrotes de hierro y todo. Caminó hacia ellas y puso sus manos hacia ellas agarrándolas. Trató de separarlas cómo había visto tantas veces atrás, pero simplemente no pasaba nada. La fuercita de sus manitas no daba para todo aquello. Y sin embargo, lo intentó por mucho tiempo. Se la pasó los primeros 6 minutos tratando de abrir los barrotes y los siguientes 4 intentando pasar por el en medio de ellos. Quería ver a su padre, a su madre, a todos sus perritos de casa que le acompañaban en las noches lluviosas. Yuya estaba siendo algo testarudo ante su situación. Sabía que estaba encerrado sin posibilidades de salir, lo supo desde que había visto la única salida de la celda. Pero no había querido rendirse. Su padre jamás lo hacía, él siempre había buscado la manera de que las cosas salieran a su conveniencia. Él también podría hacerlo, ¿verdad?

No, claro que no. Su padre era muy alto, él era muy chico. Su padre era fuerte, él era débil. Su padre era un buen duelista, él no. Él no era nada. Realmente nada comparado con el creador de los duelos de actuación. Al niño poco o nada le importó. Siguió intentándolo, siguió tratando de pasar por los barrotes, de llamar a sus padres, de hacer ruido para ser descubierto, de esperar a que alguien le ayudase. No quería rendirse. No podía, su madre siempre le había dicho que creyera, y eso era lo que estaba haciendo. Estaba creyendo en el mismo, en la situación y en lo que podía pasar. No perdía la esperanza.

Pronto la desesperación llegó a su cabeza. Extrañaba a sus padres. No podía creerlo. Estaba sólo. Nadie venía por él. Apretó los puños y sus lágrimas a salir por borbotones de sus hermosos ojos rojos. Esto era muy doloroso. Estaba solo por primera vez. Era cómo cuando había perdido ese valioso péndulo en la copa de un árbol. Sólo había podido pararse a llorar y a ponerse sus googles sobre los ojos como lo hacía en esos momentos. El agua salada poco a poco llenaba sus googles sin que se diese cuenta, empezó a sollozar y a dar pequeños grititos. Quería a su madre, quería a su padre. Los quería de vuelta. Los quería ahora, en ese lugar, en ese momento. Con él.

—¡Papá!—oyó un grito infantil a su lado. Apenas y lo había notado. Parecía que había estado desde hacía ya un buen rato gritando por él—¡Papá! ¿¡Dónde estás papá!?

—¿T-También te perdiste?—preguntó más bien a manera de murmuro. Quizás no fue escuchado por el chico del lado derecho, pero si por el del izquierdo.

—Lleva gritándolo desde hace rato—repuso algo sarcástico y con fastidio—

—Oh... No... no lo había oído—de agarró el brazo y se lo acarició con algo de fuerza, ese era algo así como su tic nervioso.

—No quiero oírlo—y bufó. Yuya trató de mirarlo desde su posición e incluso se acercó a los barrotes para que sus ojos le pudiesen ver. Fue en vano. Se mordió el labio, ¿debería ayudarle?

ConectadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora