Caída

275 21 59
                                    

Al estar acurrucado en la esquina derecha de la celda, Yuya apenas y se había movido aquel día. Aún no salían al jardín pues Leo aparentemente no estaba siquiera en Academia, detalle que el desconocía. Pero tampoco habían comido el desayuno, habían pasado cerca de dos horas desde que Yuya se despertó en esa esquina de la celda, aquella en la que había dormido en los últimos días. No se iba a engañar, su mantita era deplorable y la de Yuto no era mejor, pero cuando dormían juntos acurrucados uno al lado del otro las cosas no se sentían tan mal. Era confortable estar juntos y dormir juntos. Extrañaba de cierta manera esa conexión, el que, al dormir parecía que las cosas se suavizaban y que todo era mejor. Era una sensación que no tenían en ningún otro sitio y mucho menos la sentía cuando se abrazaban o al menos no con la misma intensidad. Desde que estaba solo en las noches, se abrazaba con sus propias manos, para así poder recordarlo y dormir mejor.

La puerta de la celda se abrió y Yuya ni miró al recién llegado. Estaba con las mismas ropas que él y venía del baño. Este, había intentado innumerables cosas para hablarle, para decirle que lo sentía. Hasta había llegado un momento en el que abrazó al de ojos rojos a la fuerza y este lo retiró de manera brusca. Lo había llamado niño, le había dicho que lo sentía, aun con su garganta destrozada y las pocas palabras que se le entendían. Se había agachado a su lado, hasta había llorado. Pero el otro parecía rezagado a hacerle caso. Aun en su corazón sentía que el otro no le decía la verdad que lo que le decía era solo para volver a estar como antes. Estaba equivocado, pero ese enojo infantil que no lo dejaba ver a veces el todo, lo cegaba lo suficiente como para no ver que lo querían más por lo que era que por su género.

La situación con Yuri no había sido mejor. Este le insistía que era una niña cuando le hablaba y aún lo pensaba. Era testarudo en su pensar, pero lo hacía porque el siempre creyó en eso y no dejaría que nadie nunca le dijera que eso no era verdad en lo absoluto. Realmente no quería bajarse de su posición. Era un terco y esa terquedad era absurda.

Unos minutos más tarde de la llegada de Yuto, los Obelisk Force se pasaron por las celdas a cada lado pasando por las celdas haciendo el procedimiento normal de la comida, empezando por Yugo. Allí estaba lo mismo de todos los días, la manzana troceada, un poco de granola, yogurt y un jugo de naranja. Era apenas para ellos cuatro. Siempre se lo comían todo, nunca dejaban nada. Era una cortesía de lo que les había enseñado el azul. Así que ellos por cuenta propia y sencilla, eran simplemente niños obedientes al comer. Incluso Yuri no se negaba a dejar migaja. Al principio un poco, pero ahora simplemente no lo hacía.

Aún con todo, para unos niños de su edad, estaban bajos de peso.

El de ojos grises tomó su pequeña bandejita y la llevó hasta donde Yuya, como todos los días. La puso en el suelo y se sentó a escasos dos metros de él. Esperando alguna mirada de su parte. Cualquier cosa. Pero este no lo miró siquiera, no lo determinaba. Yuto se quedó un momento más quieto esperando a cualquier cosa. Pero no ocurrió nada. Empujó un poco más la bandeja hacia él, intentado que le pusiera cuidado o cualquier cosa.

—Lo siento—dijo al final, mordiéndose el labio y bajando la mirada. Solo entonces, Yuya le miró de nuevo. Viendo su actitud y gestos. Miró hacia el suelo igualmente, pero devolvió su mirada hacia afuera. Como si no estuviera—. Lo siento—dijo de nuevo esforzándose por su garganta.

—No hables más Yuto—dijo a murmullos el otro. El aludido le escuchó e intentó acercarse más a él—, no lo hagas—eran de las pocas palabras que el chico le había dirigido en esos últimos días que no tenían un aura de advertencia de alejamiento por todo lo alto. Por ello se acercó, porque creyó que el chico estaba cediéndole el perdón. Lo oía en su voz, lo veía en su mirada.

ConectadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora