Capítulo 6: peces que caen y cajas de cerveza

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«Se movía por entre la gente como un elefante inválido, con un interés infantil en el mecanismo interno de cada cosa, pues el mundo le parecía un inmenso juguete de cuerda con el cual se inventaba la vida.»

Doce cuentos peregrinos (cuento: Me alquilo para soñar), Gabriel García Márquez

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Shin Hye conoció a Haneul durante el primer año de secundaria, cuando todavía llevaba el cabello hasta la cintura y lentes de montura cuadrada y negra. No se hicieron cercanas hasta un año después, pero podía decir que observó, aunque no fuese en primera fila, el drástico cambio que sufrió por aquel entonces. Un cambio que ella, como persona externa y amiga, agradecía, a pesar de que en el momento le haya resultado extraño verla con el cabello a la altura de las orejas y usando lentes de contacto que resaltaban sus grandes ojos. Su personalidad seguía siendo bastante igual, pero Shin Hye logró notarla más libre. Fue como si los lentes y el cabello largo representasen más que solo lentes y cabello largo, y había llegado el día en el que necesitaba alejarlos. Dos años después regresó a los lentes, esta vez con una montura dorada mate y lunas redondas, no obstante, el cabello nunca volvió a crecer hasta más allá de los hombros.

En cambio, Haneul sí que había vivido con ella sus peores momentos en primera fila. Ya habían hecho el acuerdo implícito de ser mejores amigas cuando empezó a vomitar, por lo que Haneul no tardó en darse cuenta. Fue un día en el que se había organizado una pequeña fiesta por el cumpleaños de la maestra en uno de los recesos, y repartieron muchos dulces y grasas que Shin Hye tuvo que comer. Al ir al baño, no se dio cuenta de que Haneul iba detrás de ella, y de un instante a otro la tenía golpeando con insistencia la puerta de su cubículo sin dejar de decirle, en un tono bajo, que saliese. No gritaba. Solo le hablaba, como cuando le decía que sus pestañas eran largas. Shin Hye nunca se había sentido tan vulnerable como en aquel momento, así que se largó a llorar, con el miedo tapándole la garganta, mientras Haneul entraba, cerraba y apoyaba la espalda en la puerta. No dijo nada más. En su lugar, se mantuvo en silencio y con los ojos cerrados, y ella solo podía mirarla desde su sitio encima del inodoro. Así estuvieron por la siguiente hora, en el que el único ruido eran sus sollozos bajitos y la respiración casi inaudible de Haneul.

—¿No me vas a decir nada? —le preguntó al final, con voz entrecortada por culpa del llanto. Sentía la cabeza pesada, y solo deseaba salir (huir).

—¿Qué quieres que te diga?

—No sé.

La vio inspirar, de manera profunda y tomándose su tiempo, para luego soltar el aire a través de sus labios. No abrió los ojos.

—Lo único que te diría son cosas que ya sabes. Y no necesitas que te digan eso.

No volvieron a hablar hasta que Haneul abrió los ojos, empujó la puerta del cubículo y tomó a Shin Hye de los brazos para ponerla de pie y sacarla del lugar. Le limpió el rostro hinchado, y la dejó sola para que se terminase de lavar mientras ella iba a comprarle agua al quiosco del instituto. Se preguntó cómo era capaz de dejarla sola en el baño sin ni siquiera advertirle algo como "no te atrevas a acercarte al inodoro" antes, y se sintió peor, porque se dio cuenta de que no se merecía a Haneul. Una vez volvió con la botella de agua entre manos, ambas emprendieron rumbo a su aula de clases. Ignoraba cuánto tiempo habían perdido, pero al llegar al salón no había ningún profesor, por lo que ingresaron sin problemas y sin prestar atención las miradas curiosas de sus compañeros.

De aquello habían pasado tres años, en los cuales el rumor de que habían tenido sexo en el baño se extendió e intentó no vomitar. Haneul no había vuelto a mencionar el tema de manera explícita, pero había notado cómo prefería acompañarla al baño y sonreía cuando la veía comer algo con mucha grasa. Admitía, a pesar de todo, haberlo hecho de nuevo, pero la culpa la carcomía y terminaba contándoselo a Haneul. En aquellas veces, la castaña seguía sin decirle nada; en su lugar, se mantenía en silencio y se dedicaba a acariciarle el pelo, poner su música rara (pero que, extrañamente, lograba tranquilizarla) y decirle lo bonita que era su boca, sus pestañas, su nariz...

Manos | Jeon JungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora