Camino despacio hacia la puerta semientornada de mi habitación, cuando oigo la voz de Mer que vuelve a llamarme.
- ¡Angie! ¡Enserio tienes que ver esto! - Grita al otro lado de la puerta. - Vuestros misteriosos amigos acaban de subir una historia muy interesante...
Nada más oír esas palabras, siento como los oídos me pitan. Dicen que suelen pitarte cuando una de tus neuromas muere, las mías se deben estar suicidando.
Aparto la mano, que ya casi tenía sobre el manillar y la pego contra mi pecho. No puedo soportar más esto, no entiendo porqué les cuesta tanto entenderlo...Doy media vuelta y vuelvo al salón, donde mi móvil me espera aún con la pantalla encendida. Lo cojo y aprovecho para pillar mis llaves que se encuentran unos centímetros más allá. Lo siguiente es encontrar una chaqueta y que nadie me pille al salir por la puerta.
Mi huida es temporal e improvisada, así que ni siquiera me importa tener que salir de casa con mis zapatillas de unicornios y en pijama.
Me dirijo a la cocina, ya que será mejor escapar por la puerta trasera, además debe de estar por allí la sudadera que le pedí a Esmeralda que me remendara.Efectivamente, como esperaba, la sudadera estaba sobre la encimera de la cocina, con una nota escrita a mano que dice: "Espero que le agrade como se quedó. Con cariño, Esme", no puedo evitar sonreír al verla. La cojo y en seguida me viene una oleada de olor a mi suavizante favorito. Esmeralda es un sol.
Me pongo la sudadera y me cuelgo las llaves del cuello para intentar escapar un rato del "drama" de mi habitación, pero antes de poder terminar de ponérmela, oigo una voz masculina.
- ¿Dónde va, señorita? Es muy temprano y aún está en pijama. - Me dice Miguel, aún con los ojos entrecerrados. Supongo que acaba de levantarse.
- Solo iba a salir un poco al jardín a tomar el aire. Las chicas están siendo demasiado... intensas. Necesito un pequeño respiro. - Le digo mientras mis labios intentan transformar una mueca de cansancio en media sonrisa.
- Aún está oscuro y a sus padres no les gustaría la idea... - Miguel pone una cara parecida a la mía, pero la suya refleja preocupación. Desde aquí podemos escuchar perfectamente los gritos que dan desde arriba. De repente, la voz de Mer vuelve a resonar por la casa, sigue insistiéndome para que suba. La mirada de nuestro jefe de personal, que hasta el momento estaba concentrada en la puerta que conecta la cocina con el rellano, vuelve hacia mí. - Vale, pero no salga del jardín y llévese el móvil.
Yo sonrío señalándole mi mano derecha, en la que se encuentra mi teléfono. Y acto seguido el se da media vuelta negando con la cabeza, mientras finge que no ve como me escapo de mi cocina.
Miguel es el marido de Esmeralda, y el jefe de personal de mi casa. Él y su mujer se encargan del cuidado de mi casa, y como mis padres no suelen estar mucho por España, también se encargan de mi. Miguel es un hombre de unos cuarenta años, no demasiado alto y con el acento esperado de una persona nacida en México. Su función en casa, básicamente, es decirles a todos lo que deben hacer (a excepción de su mujer, que no sigue órdenes de nadie). Por su parte, Esmeralda es Brasileña, aún más baja que Miguel, pero muy guapa. Ella suele encargarse de la cocina de casa, pero también cuida el huerto que tenemos en el jardín y me ayuda cada vez que mi vieja sudadera necesita una operación de urgencia. Ellos son algo así como tíos para mí. Mi única compañía en las solitarias tardes de domingo, antes de volver al internado.
No quiero meterme en líos, así que respeto la advertencia de Miguel, y me siento en el balancín que hay junto a la piscina. Continúo un rato con el monótono movimiento del columpio, hacia delante y hacia atrás.
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Hipótesis: ¿Qué pasaría si...?
Novela JuvenilAl principio todo es simple, dos chicas conocen a dos chicos y surge la magia. Aunque resulta obvio que nuestra historia no podía acabar ahí, ¿ verdad? Conforme acaba el verano, acaba la simplicidad, y la vuelta al instituto lo pone todo patas arrib...