No hay niño que de pequeño no haya fantaseado con lo maravilloso que sería tener un superpoder y la gran cantidad de cosas increíbles que podría hacer, en mi caso, el poder más asombroso de todos era en adoptar la apariencia de otras personas, largas tardes fueron ocupadas por mi imaginación, cuantos enemigos podría derrotar mediante el engaño. A la mayoría de mis amigos no les parecía interesante mi superpoder, pues según ellos no se comparaba con la telequinesis, telepatía, velocidad y otros grandes poderes.
A medida que los años pasan, esas fantasías son admitidas y aceptadas como simple fantasías, en cambio, la cruel, monótona y aburrida realidad nos consume pero es ahí donde cada uno demuestra la habilidad única que les garantizará seguir a flote en la cotidianidad. Por mí parte, me había convertido en lo más cercano al poder que deseaba de niña, las mentiras me brotaban de la boca como saliva, había tomado diferentes roles en mi adolescencia, como si la vida fuera una obra de teatro y yo fuera la protagonista a la cual los reflectores enfocaban; en muchas ocasiones fui la alumna destacada, la amiga preocupada, la novia complaciente, no me molestaba actuar de esa forma, nunca lastimaba a nadie, la mayoría de veces era para conseguir pequeños favores o ganarme la estima de alguien.
Después de enfermarme no dejé de hacerlo inmediatamente, no es como si de la nada hubiera abierto los ojos y entendido que no podía actuar de esa forma, poco a poco fui entendiendo que tantos papeles hacían que mi personalidad no fuera resplandeciente sobre lo demás, sino opaca y marchita, pues no estaba segura quien era o que estaba interpretando. Así que ahora se me extendía la oportunidad de actuar como ellos, una historia de lo rica que era surgiría de mi boca en menos de treinta segundos, nadie lo sabría o si se enteraban no planeaba quedarme mucho tiempo.
Pero hacer todo eso sería una pérdida te tiempo, parecía tentador pero después de todo ¿Qué ganaría con ello? En cambio, decidí desayunar como lo haría en mi casa, de tal forma que no pareciera una violación a los buenos modales pero sí con el hambre que sentía y principalmente que mostrara que no era igual a ellos. No sabía cómo había terminado en un campamento de niños ricos pero iba a tener una larga conversación con mi madre para descubrirlo.
Al terminar de desayunar nadie quedaba en la mesa, todos se habían retirado de la mesa pero sin antes lanzarme una mirada que ya no era de desprecio sino altanería, excepto Dean, él ni me había mirado. Anne me entrega una lista con las actividades que tengo programas, trabajaría todos los días de la semana menos el martes que debería ir con el Doctor Marío para continuar con mi tratamiento. Hoy era jueves así que debía ir a una pequeña playa a realizar limpieza con los habitantes de la isla, sonaba interesante, Anne también me informa que estaré emparejada con una pelirroja llamada Lara y que en media hora debía estar en la entrada puesto salía nuestro carro hacia la playa.
Voy a mi cabaña y me tomo mis medicinas, me aplico más bloqueador, alisto una maleta donde llevo un termo lleno de agua, mi cartera y mi teléfono. Me dirijo a la entrada de la casa pero mis ojos captan la atención de un pequeño sendero del jardín que hay entre la casa y las cabañas, no me fijo en algo, sino en alguien.
Dean está medio del jardín, con un esqueleto negro y una sudadera, sus manos parecen estar ocupados con una pala que usa para cavar huecos, a medida que usa la herramienta para trabajar sus músculos de la espalda se flexionan y todo su cuerpo parece refulgir ante la luz del sol. No bastarían los adjetivos para describir la belleza que hay en la fortaleza de sus brazos, la forma en que esa sudadera entalla sus piernas y su trasero, por Dios, su trasero...Me siento con una sucia pecadora viéndolo pero él parece ser la manzana del Edén, mientras sigo contemplándolo extasiada se da la vuelta y me da una sonrisa ladeada.
— ¿Disfrutando de la vista?—pregunta con un tono socarrón, como si le hubiera agradado que lo estuviera viendo.
—No está nada mal pero he visto mejores—Le respondo mientras me encojo de hombros, no es verdad pero él no debería saberlo, además él que me haya ignorado deliberadamente en el comedor parece.
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Un día más
RomansaDurante tres años, Visil ha vivido cada día de su vida como si fuera el último, ya que después de ser diagnosticada con una crónica enfermedad, su futuro se volvió incierto y su presente efímero. Sin embargo, en su cumpleaños número 22 le dan una n...