Capítulo 31: Nada es lo que perece

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Ada

Mis ojos se acostumbran poco a poco a la luz que comienza a impregnar la pequeña habitación donde me encuentro. Incorporo todo mi cuerpo sobre el ablandado colchón y entrecierro los ojos un poco ya que la luz que entra por la ventana abierta me ciega débilmente.

Levanto mi cuerpo adormecido de la cama y me obligo a que mis pies se muevan hacia el oscuro armario localizado en la parte posterior de la estancia. Lo abro para percatarme de que casi no hay ropa en él. Solo un par de sencillos vaqueros y una blusa color miel, así que eso es lo que decido ponerme para aquel día. Lavo mis dientes con desgana al igual que mi cara, gesto que hace que mi cuerpo salga del trance de sueño instalado desde las once del anterior día.

Cuando la luna se instaló en el cielo decidí irme a dormir para así poder olvidarme aunque fuese por unas pocas horas de las palabras que escribió Mike. Pensé que no pegaría ojo, cosa que no ha sido cierta y agradezco.

Salgo del cuarto de baño no sin antes haberme mirado varias veces para convencerme que aquel día lo mejor sería llevar el pelo suelto. Mis ojos recorren la estancia lentamente sin olvidarse de ningún hueco, y allí la veo sobre el estante donde mis libros descansan en distintos pisos, se halla aquella hoja, la que habría deseado no haber encontrado, pero no, allí está, en el mismo lugar donde anoche, con lágrimas en los ojos y deseando haberla tirado la dejé reposando en el único sitio libre que había. Mi estómago da un vuelco sobre mi vientre y maldigo el hecho de que el anterior día no haberla desechado a la basura en vez de haberla dejado allí, y desde luego yo sí que tenía una cosa clara, ese día no iba a parar de pensar en ella.

Abro la puerta principal y me recibe una preciosa mañana de primavera, me dirijo hacia la parada del autobús unas calles más abajo. Mientras espero no paro de darle vueltas a lo de la carta, me despierta de mi ensoñación el sonido del freno del autobús.

Miro por la ventana y trazo dibujos sin sentido alguno, entonces alguien llama mi atención. Una pareja de mi edad se sientan delante de mí, se ríen y hablan acerca de los planes que tienen para esta semana, me percato de que van dados de la mano. La chica de cabellos alborotados y de un rubio que se podría confundir con nieve debido a la claridad de este deja descansar su cuerpo delante de mi asiento. Intento no escuchar sus planes, pero llaman en especial mi atención y una oleada de sentimientos antes inexistente comienza a invadir todo mi cuerpo y un terrible cosquilleo me recorre toda la espina dorsal.

-Sí, me encanta esa pradera, ¿enserio me vas a llevar allí?- La voz de aquella chica es demasiado aguda como el canto de una soprano.

Suelto un largo suspiro y me es inevitable que en mi mente se dibuje una pradera de enormes dimensiones, todo lo que me permiten ver mis ojos está bañado de verde, siempre corre un gélido aire no desagradable pero sí fresco. Lo que más me gusta de él es el sonido del curso del río, aún puedo cerrar los ojos y visualizar cada detalle de él sin saltarme nada, también la enorme y magnífica sensación que me transmitió la primera vez que Mike me llevó a ella y mis ojos se tiñeron de verde ante lo que se presentaba delante de ellos.

-Para Ada- pienso mientras aprieto los ojos a la mayor fuerza que estos me permiten en un intento de disipar la imagen instalada en mi mente y las sensaciones que me transmitía aquel pensamiento.

-Sí Ross, ya verás te va a encantar, lo mejor es el curso del río, mola un montón- dice el chico de cabellos castaños, abro los ojos instintivamente y una punzada cruza mi pecho.

-No quiero escuchar más acerca de la conversación- pienso mientras introduzco en mis oídos los blancos auriculares que descansan concectados con el móvil, ambos en mi regazo. Una vez puestos introduzco la contraseña del móvil y dejo que la primera canción de la lista de reproducciones inunde mis oídos. Deposito el móvil boca a bajo en mi regazo y mis ojos recorren la funda del mismo , un lobo de pelaje blanco y ojos azules me mira , no se puede apreciar el cuerpo del animal , solo su precioso rostro, la manera en la que me mira aunque solo sea un simple dibujo plasmado en aquel plástico.

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