No pasó mucho tiempo para que comenzara a empeorar. Los primeros síntomas verdaderamente graves ocurrieron una semana y media luego de que volviera, justo en medio de una cena familiar. Mi abuela había venido desde su ciudad natal para visitarme. Me volvió a contar sus viejas historias y preguntó tanto como pudo sobre Zachary. No supe nada de él en ése tiempo, aunque intenté llamarlo, escribirle, contactar con alguien de la app y hasta busqué a Matt por varias redes sociales. Nadie sabía de ellos, mucho menos yo. Me sentí estúpida por no haber preguntado más cosas de su vida, como su dirección o incluso si tenía alguna otra forma de contactarlo.
Ésa tarde, poco antes de la cena familiar, pensé en buscar datos sobre su familia. Navegué en internet buscando relaciones con su apellido, siendo un par de adultos con mucho dinero la única pista que tenía. La frustración me alcanzó cuando comprendí que olvidé lo que nos dijimos ése día, por lo que no tendría forma de saber los nombres de sus padres. ¿Acaso me los mencionó alguna vez? Puedo apostar que no, porque tampoco volvimos a hablar sobre su familia. A decir verdad, nunca supe nada que se refiriera a su vida fuera del tiempo que compartió conmigo.
La charla transcurría en armonía y me había reído de una de las bromas de mi abuela, anunciando que iría a por el postre. No hice más de cinco pasos porque un calor abrasador envolvió mi cuerpo en segundos y mi corazón se paralizó. No podía respirar y, como si alguien chasqueara sus dedos con un poder sobre mí, me precipité hacia el suelo. Lo próximo que supe es que todo se había vuelto oscuro, la cabeza me dolía y los gritos se iban apagando con lentitud. Me recordó a las llantas del auto marchándose con Zachary en su interior y desapareciendo de mi vida.
Los médicos aconsejaron que debiera quedarme unos días en el hospital, puesto que me costaba respirar gracias a que uno de mis pulmones se estaba llenando de líquido y mi corazón no soportó tanto trabajo forzado. La extracción no tomaría mucho, ni sería algo complicado, sólo necesitaría reposo y paciencia para que todo saliera correctamente. El problema es que eso me dio esperanzas, las suficientes como para desear salir y seguir buscando a Zachary, pero eran falsas.
Tan pronto como mis pulmones mejoraron y quitaron el respirador que me estuvo ayudando esos días, una convulsión me asaltó en medio del último chequeo. El cáncer estaba en todo mi cuerpo, manifestándose con varios tumores que sólo empeoraban el funcionamiento de mi sistema. Pasé horas estando inconsciente, sedada y controlada por especialistas, hasta que desperté y supe que así serían mis días de ahora en adelante. Ese día lloré tanto que me ahogué en mis propias lágrimas y tuvieron que dormirme con medicamentos. El resto del tiempo imploraba el nombre de Zachary, gritaba por la frustración de tener que vivir así mis últimos días y me revolvía como si estuviera comenzando a enloquecer.
Eso no duró demasiado, porque el cansancio y las pocas ganas de comer me asaltaron a la cuarta semana. ¿O era la quinta? La verdad es que los medicamentos, las largas siestas y el poco interés que presentaba hacia el mundo me hicieron perder la noción de las horas y los días. No sabría que hoy se cumple un mes y medio de no ver a Zachary si papá no me lo hubiera dicho, aunque no fueron exactamente esas sus palabras; yo saqué las cuentas por mí misma.
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Mi último deseo
Teen FictionZachary Hoffman ha tenido un deseo desde hace mucho tiempo: ayudar a cumplir los sueños de otras personas. Su padre le ha dicho que eso no es posible, su madre le confesó que no sería nada fácil y el resto de las personas se burlaron de su "falta de...