El Hotel Lasbury

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Hermione. 

Desde que era una niña pequeña tuve un único sueño, ser alguien  importante, alguien en quien las personas pudieran depositar su confianza a ojos cerrados.

Y lo logré.

Junto a mis amigos en nuestros años de escuela iniciamos una cruzada, casi nos costó la vida, nos roba gran parte de nuestra infancia para que otros pudieran tener lo que nosotros no pudimos, una vida tranquila. Luchamos una guerra que inicio mucho antes que nosotros, queríamos erradicar todo rastro de la semilla de desigualdad entre los sangre pura y los impuros como yo —sangre sucias –para conseguir la libertad de todas las criaturas que no podían o no eran capaces de defenderse por temor. Nosotros perdimos a nuestros amigos, nuestra familia, conocidos y nuestras vidas dieron un radical giro de 360 al haber ganado la guerra.

Pero al final  todo nuestro esfuerzo fracasó, al final resultó quea historia es cíclica y se repite una y otra vez en su peor etapa. Ahora estamos la borde de una nueva guerra por ideales de sangre. Porque nuestra tan anhelada victoria por la que sufrimos, sangramos y lloramos, fue efímera.

—Hermione, lo resultados están aquí, —susurran tras la puerta, me fuerzo a levantarme de la cama hasta hacia muy poco había podido dormir media hora. Me doy un rápido vistazo en el espejo.

—Soy un desastre, —mi cabello está enmarañado, tengo el rostro pálido y enormes circos rojos y negros adornan mis ojos. Los días sin dormir me pasan factura —¿Si?, —apenas y abro la puerta, con una mano sostengo el picaporte y con la otra sostengo mi varita oculta.

Con los años me he vuelto muy precavida y desconfíada. 

—Tengo los resultados que me pidió, —susurró mi asistente, Daniel. —el señor Potter dice que la espera en media hora en el comedor para esperar los resultados del conteo.  Está seguro que usted esa ganadora.

—¿Está aquí Harry?, —niega, recibo los documentos y le medio sonrió, —gracias. 

Daniel se queda frente a la puerta, muerde sus labios esperando decir algo sin atreverse, lo conozco como la palma de mi mano. Desde que se graduó de la escuela ha sido mi asistente.

—¿Algo más?, —lo ánimo. 

—El señor... mmm, su esposo, —es casi un niño. Entiendo que le tenga terror a mi marido, suele causar ese efecto en las personas. —llegara tarde. Dice que lamenta no poderse comunicar directamente con usted, pero la situación así lo amerita y que conserve la calma. 

Sonrió y acaricio el rostro de Daniel. Es un buen chico, un niño que ha sufrido muchas cosas y que llegó a mis manos para que lo tomara bajo mi protección en el momento adecuado. Se ha convertido en mi chico de confianza, aunque solo le cuento lo estrictamente necesario.

—Puedes hablar de él o con él tranquilamente, Daniel. Él  no  va a hacerte nada malo, que su actitud diga otra cosa es diferente, no es una mala persona aunque su genio sea jodidamente malo —asiente sonriendo. —vete a descansar llevas despierto las mismas horas que yo. 

—No tengo sueño —sonríe levemente —debemos tener listo para esta tarde. 

—Todo estará listo, me preocupa más tu salud que este papeleo. Anda Daniel, a dormir, —el asiente y se retira. —lo digo enserio. 

Suspiré cansada, con el folio entre mis manos me deje caer en la puerta, con los ojos fijos en el bulto envuelto en mi cama removiendose, la manera en que dormía era digna de envidia.

Cerré los ojos pensando.

¿Era tan malo que alguien de sangre no pura aspirara a ser ministra?. 

Al parecer en mi mundo, si. 

La Ministra. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora