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En nuestro mundo azul permanecimos por mucho tiempo. Realmente, era gris. Pero desde que apareciste, se volvió azul. No azul triste, no azul melancólico. Un azul inefable.
Juntos la vida era menos amarga, el color azul nos cubría con su frialdad, que, extrañamente, nos parecía cálida.
En mis sueños de color azul, yo quería contenerte. Quería que te quedaras conmigo, todo el tiempo. No quería un mundo de color rosa, tampoco quería el vivo amarillo. Yo sólo quería estar contigo, en nuestro lado azul.
—¿En serio tienes que irte?—Pregunté, con el pecho doliéndome, como si clavasen mil dagas en él, simultáneamente. Desviaste la mirada, tu voz a punto de quebrarse, tus manos jugando nerviosas y tú relamiéndote los labios por las ansias.
—Perdóname, Kook. Te juro que yo no quiero esto, yo quiero quedarme aquí, contigo. Quisiera estar para siempre a tu lado, y vivir en nuestro propio mundo.
Tomé tu cara, tintada con un color rosa en tus mejillas y un toque de rojo, y odié verte llorar. Te di un beso en los labios, que me supo agridulce.
Nuestra vida estaba llena de colores, al parecer.
En mis sueños, te abrazo, fuerte. Te abrazo y casi puedo sentir que nuestros corazones laten en sincronía, tú y yo encajando como dos piezas de un rompecabezas.
Quiero regresar a esos días en que éramos sólo dos jóvenes, inexpertos y temerosos. Cuando sentíamos el viento contra nuestros rostros y el mar nos leía el alma.
Ahora, sólo paso deseando que vuelvas. Deseando que, un día, este mundo que se ha encargado de ser gris, sea de color azul de nuevo. De nuestro propio color.
Por favor, vuelve al lado azul, vuelve al lado azul.
Que sin ti, yo no soy nada.
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