Vuelvo a verte.

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"Y que ojalá sonrías
y no te culpes
ni te castigues:
tú cambias vidas,
pero no destinos."

-¡Lucía!‐ Miriam ya empezaba a elevar su tono de voz.

Llevaba algunos minutos llamando a la pequeña y no había forma de que esta contestara o decidiera aparecer.

La gallega finalmente decidió buscarla por los cuartos de su pequeña casa y comenzaba a preocuparse cuando noto como sobresalía desde debajo de la cama la colita de cierto animal de felpa.

‐ ¡Leo! ¿Qué haces ahí abajo? Hace mucho frío.

Nada. Leo no parecía muy dispuesto a interactuar ese día.

‐ ¿Has visto a mi hija por ahí, Leo?
Tenemos que salir y no la encuentro.

No. Miriam empezaba a conformarse con hablar sola.

- Pues un placer hablar contigo, Leo. Se hace tarde, voy a apagar las luces aquí y...

-¡No!- protestó una voz misteriosa desde debajo de la cama.

-¿Leo? ¡Qué rara tienes la voz hoy!

-¡Soy Lucía!‐ volvió a reclamar la vocecita- Pero no estoy.

Miriam contó hasta diez mentalmente y se armó de toda la paciencia posible. Los últimos meses habían sido caóticos para ellas y, en la situación que atravesaban, los cambios de humor y berrinches de la niña eran tan frecuentes como comprensibles. Era la forma que encontraba de expresar su tristeza y frustración. Luego de analizar por un tiempo, se tumbó en el suelo y encendió la linterna de su móvil.

‐ Hola ¿Hay lugar para mí?.

Observó como la niña parpadeaba hasta acostumbrarse al cambio de iluminación y luego de suspirar largamente, extendió su mano para alcanzar al leoncito y pegarlo a ella.

-Vale. Pero no queremos hablar.

Miriam simplemente se arrastró un poco más hasta aproximarse a la pequeña.

-Filla, puedes estar triste, enfadada, pero ahora necesito que me escuches. Tengo que ir al hospital, si no quieres ir conmigo voy a llamar a Iria porque no puedes quedarte solita en casa ¿si?

- No quiero ir al hospital- susurró Lucía sin levantar la mirada.

-Está bien, cariño. Si no quieres ir, puedes quedarte con Leo e Iria hoy. Tranquila.

- Quiero ver a vovó, mami- pidió con la voz ya un poco quebrada.

-¿Vamos entonces?

-Quiero ver a mi vovó- insistió- Pero no quiero ir al hospital, quiero que esté aquí en casa otra vez.

Aquel pedido inocente y divisar las lágrimas en el rostro de su hija casi acabaron con la entereza que había tratado de conservar Miriam.

Contar hasta tres, inhalar y exhalar profundamente. No podía llorar o desesperarse, necesitaba ser fuerte y mantenerse tranquila. Por más que sintiera que todo se estaba derrumbando en su vida tenía que mostrarse valiente por Lucía, ella la necesitaba más que nunca.

-Lucía...pequena- hizo acopio de toda la sutileza que pudo- ¿Recuerdas lo que te dijo vovó la última vez que lo vimos?

-¿Antes de que durmiese?- musitó la niña.

-Sí, cariño.

-Que tenía que ser muy valiente y que el siempre me iba a cuidar aunque no estuviese aquí.

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