Uno.

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En la estrecha calle de uno de tantos pueblos Norteamericanos sin importancia geográfica; el polvo y el tiempo iban poniendo una pátina en las fachadas de los escasos negocios y casuchas hechas de adobe y madera. Los habitantes, con rostros serios y agotados por el trabajo duro, mostraban en su mayoría arrugas profundas causadas por una vida llena de dificultades y el sol intenso, que añadía un calor asfixiante a sus jornadas en el campo.

Ante los ojos de un habitante de alguna cuidad o de algún pueblo más próspero, las condiciones de vida en aquel sitio, les habrían parecido poco menos que insultantes; sin embargo, a los moradores de aquel lugar, los años de jornadas embrutecedoras y sequías, habían logrado poner una especie de velo sobre sus ojos y habían aprendido e incluso aceptado, vivir de esa manera.

Les hablo de una comunidad pequeña, conformada tan solo por una calle principal, angosta y polvorienta coronada precariamente por una iglesia de paredes blancas y campana de bronce, que como obra de algún bromista, se hallaba frente a la cantina de Charlotte y junto a esta, el almacén de víveres perteneciente a la familia Noah seguido de la funeraria y el dispensario médico del doctor Allen; la oficina y cárcel del Sheriff Parker, se localizaba frente al pequeño edificio del juzgado, que descansaba abandonado casi por completo sobre la acera oeste de la calle y era precedido por varias construcciones medio ruinosas que hacían las veces de barbería, modista, herrería y el pequeño taller de alfarería que pertenecía a una familia de Mexicanos; al final de la calle, más separada de esta por algunos cientos de metros, se encontraban aun de pie algunas granjas que eran mudos testigos de mejores tiempos y detrás de estas, resaltaban algunas casitas esparcidas construidas al estilo vaquero, es decir, en parte hundidas en el suelo y con paredes de adobe fraguado y ladrillos del mismo material que habían sido empleados para los marcos de las puertas y ventanas, los techos eran de troncos entramados y sin más… la única estancia de la que se componían era fresca en verano y caliente en invierno.

Nuestra historia comienza en una de esas casitas ya olvidadas en el tiempo, una pequeña construcción que resaltaba de las otras, por contar con un pequeño pórtico de maderas podridas y un establo ruinoso, roído por el fuego, en el que antaño, descansaban dos vacas y tres caballos de estampa vulgar…  lugar de pesadilla al que Judy Patterson, nuestra protagonista, no se atrevía a entrar, pues cuando era niña, su padre le relataba historias fantasiosas sobre serpientes venenosas y forajidos peligrosos que se escondían bajo el heno. La verdad no podía estar más alejada de esos relatos ya que bajo la paja seca, lo que en realidad se escondía era la reserva de alcohol de Alexander Patterson junto a su destilería casera y varios secretos de familia.

Desde dentro de la casita, por la única ventana se observaba el camino que llegaba al pórtico y bordeando dicho camino, crecían hierbas rebeldes de todo tipo que se extendían en algunos casos, a la altura de las rodillas y que parecían echar de menos las manos fuertes y varoniles del señor de la casa, quién desilusionado por la pobreza y la inestabilidad mental de su hija mayor, había huido cuatro años antes del comienzo de nuestra historia; dejando a su mujer Gloria Patterson y a sus hijas Judy y Marie, con el corazón destrozado y hundidas en la miseria.

Esta es la historia de Judy Patterson, una joven enferma mental, sin esperanza, sin ilusión y sin futuro… una muchacha que merecía una vida mejor y no tuvo más remedio que vagar jugándose el pellejo siempre a cara o cruz.

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Cada noche, Judy encendía una vela sobre la desgastada mesilla de la cocina mientras se sentaba abatida y en silencio rodeada de soledad, esperando que su madre regresara del pueblo con el pan para el día siguiente. Hacía mucho tiempo que la esperanza de ver a su padre cruzando el umbral de la puerta había muerto, ella sabía que él nunca regresaría y aunque era algo que la llenaba de amargura, la vida le había enseñado la forma de vivir con ese dolor a cuestas, e incluso, podía comprenderlo ya que muy dentro de su corazón lo envidiaba.

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