Seis.

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El área de las habitaciones contrastaba con el resto del local, ya que mientras la taberna era oscura y descuidada, la segunda planta lucía limpia, bien amueblada y confortable.

El cuarto que les fue rentado era el tercero a la derecha del pasillo y al entrar, Judy se llevó una agradable sorpresa, pues la habitación era cómoda y fresca; las paredes blancas resultaban agradables a la vista puesto que el contraste que producían con la ropa de cama azul le sumían en un estado de calma.

— ¡Es lo mejor que he visto en mi vida! —Exclamó sorprendida mirando alrededor.

—Yo duermo en la cama. —Declaró Caballo Saltarín.

— ¿Y yo?

La respuesta que la chica recibió a su pregunta fue el lanzamiento de una almohada al suelo.

—Ya entendí —dijo molesta—, pero… ¿qué pasó con eso de todo al cincuenta por ciento?

Y a la almohada le siguió una frazada.

— ¡Ahí tienes tu cincuenta por ciento! —se burló el indio.

Cansada y sin ganas de discutir Judy se tumbó en el suelo; después de todo, no había dormido en toda la noche y lentamente se enredó en la cobija, cerró los ojos y durmió todo el día.

***
Al regresar Parker al pueblo, hacía poco que el sol había cruzado su cénit alcanzando con esto la temperatura máxima para aquel día, sin embargo a pesar del calor, había gente que le esperaba afuera de su oficina.

Parker frunció el entrecejo al ver que eran en su mayoría individuos ociosos y ya medio borrachos, que habían tomado como pretexto lo ocurrido con la chica Patterson para salir de la rutina del campo y se hacían presentes con la intención de agredir a la fugitiva capturada. Las mujeres que estaban entre estos vagos, se limitaban tan solo a querer ser testigos de la forma en la que Judy recibía su merecido para que acto seguido, pudiesen regresar a la iglesia para que continuaran con sus golpes de pecho y sus merecidos baños de pureza; había también un grupo de niños que esperaban ansiosos la presencia de la ladrona, ¡Bien valía la pena faltar a clases por un acontecimiento como este!

Cuando la muchedumbre vio llegar al Sheriff montado en su soberbio caballo zaino, notaron que este venía arrastrando envuelta en una lona una masa sanguinolenta que provocó la euforia de la multitud, quienes ya empezaban a saborear la historia de cómo la asesina había muerto en una lluvia de balas.

Antes de detenerse el viejo pidió a Robert un último favor:
—Hijo, ve al almacén y busca al señor o a la señora Noah y después busca a la señora Patterson y diles que les espero en mi oficina —dijo sacando de su bolsillo un viejo pañuelo para limpiarse la frente—, después puedes regresar a la cantina.

El joven asintió y ambos caballos siguieron un rumbo diferente.
Cuando el Sheriff bajó de su montura fue bombardeado por cientos de preguntas provocando su molestia.

Su petición de guardar la calma cayó en saco roto, pues la gente estimulada por los hechos, se había convertido en un tumulto agresivo y hubo incluso alguien que lanzó una piedra al rostro del Sheriff provocándole una herida en la frente y ante tal panorama, el viejo se vio obligado a hacer uso de su arma realizando varios disparos al aire para llamar la atención de todos a su alrededor mientras gritaba:
— ¡Por favor, guarden la calma, regresen a sus casas y permítanme hacer mi trabajo!

—Solo queremos información Sheriff. —Respondió alguien a su derecha.

—Lo sé y están en su derecho; pero necesito algo de tiempo para poner en orden los hechos.

—Solo díganos lo que pasó Sheriff.

—Los veré a todos en el atrio de la iglesia en varias horas... yo los llamaré.

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