Ocho

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Después de divertirse atormentando al cantinero, Judy decidió subir a la habitación para “reclamar” lo que por derecho de género consideraba suyo; por lo que se puso de pie y con paso tambaleante caminó hacia la escalera bajo la mirada vigilante de Sam, quien al verla desaparecer subiendo los peldaños, no perdió tiempo y corrió a prevenir al mozo del establo para que se mantuviera alejado de ella.

Al cruzar ella la puerta, Caballo Saltarín seguía envuelto en sueños, roncando sobre la cama con esa inmovilidad característica en las personas ebrias.

—Perfecto— dijo la joven con una mueca burlona en los labios, —Ahora vas a conocerme indio— susurró mientras se ponía de pie sobre la cama para patearlo con fuerza y derribarlo al suelo.

No fue necesario patearlo dos veces ya que con tan tremendo e inesperado golpe, el hombre despertó exaltado y desubicado tan solo para descubrirse con el cañón de un revólver a escasos centímetros de la frente y un monstruo salvaje disfrazado de niña tras la mira con el dedo índice de la mano derecha descansando sobre el gatillo.

—¿Qué demonios crees que haces? —Farfulló aturdido mientras se frotaba la cara con ambas manos, intentando desesperadamente ignorar el ánima negra del cañón del arma.

—Yo duermo en la cama ¿entiendes piojoso? —Pronunció ella bajando el martillo del revólver con el dorso de la mano izquierda, tal y como había visto a su padre hacerlo muchas veces cuando niña.

El indio parpadeó fijando sus ojos negros sobre la cara extraña y carente de emociones que se hallaba frente a él.

—De acuerdo — concedió él visiblemente consternado ante el cambio repentino de la chica.

Sobre el cielo, detrás de las cortinas la luna continuaba con su recorrido nocturno y a pesar del sueño que aun sentía, el nativo no fue capaz de atreverse a cerrar los ojos, pues la chica lo observaba desde la cama, con una especie de sonrisa torcida horrible y el arma lista para disparar… y ante ese hecho, el Piel Roja no tenía idea alguna de la estrategia que le convenía tomar, pero decidió esperar un descuido de la loca para desarmarla.

«¿Qué dijo tu madre cuando quemaste el establo Judy

***
La mañana estaba por llegar, a lo lejos en el horizonte el cielo regalaba la claridad que vence a cada noche, por muy oscura que esta haya sido.

El astro rey no aparecería sobre Darrensville con su habitual resplandor, sino que se escondería detrás de una gruesa capa de nubes negras mientras el suelo agradecido recibiría la anhelada humedad que le había sido negada desde hacía varios años.

La campana de la iglesia repicó tres veces en lo alto de su torre rosada anunciando el último llamado a misa. Por la angosta y polvorienta calle caminaban con prisa algunas mujeres ataviadas con vestidos negros y sin apenas saludarse, ingresaban al santo recinto donde la mayoría de los habitantes del pueblo se encontraban reunidos para orar por el alma de la pequeña Marie Patterson.

En la primera banca se hallaba Gloria, que al haberlo perdido todo no contaba con una vestimenta apropiada para tan triste ocasión, razón por la que la señora Noah se acercó y le cubrió los hombros con su chal.

Sorprendida, la desafortunada volvió el rostro y rompió en llanto al encontrarse con la cara de quien hacía mucho tiempo fuera su mejor amiga.

—No lo puedo creer Beatrix —dijo Gloria con un hilo de voz, como si conteniendo la respiración pudiese detener las lágrimas que continuaban derramándose desde sus ojos—, mis hijas están muertas y yo tengo la culpa de todo.

La mujer del tendero la miraba en silencio, casi pudiendo sentir el dolor de una madre al perder su mayor tesoro y en cuanto sintió húmedo el rostro, tomó a Gloria por los hombros para fundirse en un abrazo y llorar juntas la pena de la arrepentida mujer.

Al abrazo de Beatrix le siguieron muchos otros, pues la mayoría de los presentes acudieron al frente para ofrecer su sentido pésame a la desdichada mujer vestida de rojo.

—¿Y ahora que piensas hacer? —Buscó saber Charlotte después de abrazarla, intentando hacer las paces.

—No lo sé… no tengo hijas, casa, trabajo… no me queda nada.

Charlotte suspiró antes de decir:
—Tengo vacante el puesto de Robert.

Gloria miró a la tabernera fijamente a los ojos.

—Quiero cambiar —Le dijo con voz firme.

—Me alegra escuchar eso, lamentablemente es un poco tarde para hacerlo.

Al escucharla, Gloria se dejó caer sobre su asiento y se cubrió el rostro con las manos.

—Escucha mujer —insistió Charlotte tomándola por la barbilla para obligarle a mirarla—, pásate mañana temprano por la cantina porque tengo el trabajo adecuado para ti.

—Gracias Charlotte.

Aquella nublada mañana, la misa fue dedicada por completo a las dos chicas Patterson, las dos caras de una misma moneda; Judy quien pasó sus últimos momentos de vida cometiendo error tras error y Marie el reflejo de un alma pura que trascendió envuelta en el terror de ver su casa convertida en un infierno.

***
Con semblante más tranquilo Sam tomaba el desayuno en la cocina del local, cuando apareció por la puerta trasera el anciano señor Tomphson y le entregó un ejemplar de la gaceta regional.

—Sientese y lo invito a desayunar —le dijo Sam a guisa de saludo.

—No puedo —respondió el viejo—, voy tarde a mis entregas y la noticia no puede esperar.

—Usted siempre con sus prisas —concluyó el cantinero dejando escpar una risita amable a modo de despedida y vio al abuelo desaparecer por donde había llegado.

Sam alargó el brazo y tomó la gaceta leyendo el encabezado:

“INCENDIO TERMINA CON LA VIDA DE UNA NIÑA”

—¡Santo Dios! —Exclamó el hombre y continuó:
“La mala suerte no deja de atacar a la casa de la familia Patterson fincada en Darrensville, quienes después de perder a Judy, la mayor de sus hijas en un desafortunado accidente que involucró un asesinato, coyotes, un caballo hurtado y una partida de búsqueda; hoy amanecen con una nueva tragedia al morir la pequeña Marie Patterson de diez años víctima de un incendio provocado en su casa.”

—¿Judy? —Se preguntó Sam atando cabos.

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