Diez

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Ignorando los gritos de auxilio provenientes del interior del coche, la chica se dirigió sobre los cuerpos inertes del conductor y el guardia para desarmarlos «Sabes que lo quieres Judy» y caminó después a paso lento de vuelta a lo que quedaba de la diligencia.

El ambiente de caos y los gritos angustiosos de los sobrevivientes al impacto, le provocaron un ataque de ansiedad y de nuevo las voces se alzaron por encima de sus pensamientos. Pero aun así, se las ingenió para desatascar una de las puertas y permitir que quienes estuvieran en condiciones salieran de uno en uno.

—¿Qué ocurrió? —Preguntó una hermosa mujer bajita vestida elegantemente de verde claro.

Judy no respondió de inmediato.
La mujer usó su mano enguantada para limpiarse un hilo de sangre que brotaba de su frente y le impedía ver con claridad el rostro ausente de la joven llanera que la miraba con ojos felinos.

—¿Eres retrasada? —Buscó saber la pasajera dando un pequeño paso al frente.

—No ha pasado nada señora —respondió finalmente la chica avanzando un paso hacia la mujer y la apuñaló con el trozo de vidrio en el pecho, procediendo de la misma forma con el resto de los ocupantes.

En total junto al conductor y el guardia, aquella tarde murieron tres mujeres y un sacerdote, todos ellos aturdidos y golpeados… ninguno hizo un intento por huir.

***

Durante el servicio funerario, Gloria aprovechó la oportunidad de ver reunido al matrimonio Noah y se acercó a ellos para agradecer el noble detalle de haber regalado a su pequeña el vestido con el que sería sepultada.

El tendero permaneció en silencio permitiendo que fuera su esposa quien se entendiera con la mujer, por lo menos hasta que Gloria trajo a colación el tema de Judy y el hurto de su alazán.

—Me gustaría hacer algo para poder enmendar los errores de mi hija —había dicho la mujer.

—¿Y cómo cree que pueda hacerlo? — le preguntó el hombre encendiendo un cigarrillo.

Gloria sonrió tristemente.

—No tengo nada de valor, pero podría ayudar a Beatrix en el almacén y con las labores de la casa hasta que la deuda quede saldada…

***

—¡Eso fue bello Judy! —Exclamó Caballo Saltarín aplaudiendo.

—¿Qué viste? —Buscó saber ella sin voltear.

—Todo… lo he visto todo —declaró bajando de su montura—, tienes talento. Ahora ayúdame —ordenó—, revisa el correo porque los de tu raza suelen usarlo para enviar dinero.

—¿Y tú qué vas a hacer?

—Pues revisar los cuerpos y el equipaje —contestó el indio con naturalidad—, algo así no se puede desaprovechar.

El rostro de Judy permaneció sin dar señales de comprender, por lo que el nativo suspiró y continuó con su “cátedra”.

—Mira a esa mujer —dijo señalando a la dama de verde claro— ¿te parece pobre?

—No.

—¡Pues claro que no lo era! Y en cambio nosotros que somos un par de buenas gentes pobres, necesitamos su dinero más de lo que ella lo necesita ahora.

Judy desperdigó el contenido de las bolsas de correo mientras Caballo Saltarín lanzaba al aire aquel sínico discurso que hablaba acerca de la importancia del saqueo, la rapiña y de los lugares en donde las personas esconden objetos de valor cuando viajan.

La muchacha no perdió de vista al nativo vigilándolo con el rabillo del ojo, pues había algo en él que ella apenas comenzaba a descubrir y no le agradaba nada.

—¿Todo al cincuenta por ciento? —Preguntó ella con voz áspera.

—¡Pues claro! —Mintió él con un brillo de avaricia asomándose en sus negras pupilas— ¿acaso no somos socios?

—Socios… —gruñó la chica escupiendo al suelo.

***
Robert caminaba por la calle sumido en una actitud callada y pensativa. La estrella de latón con la que el Sheriff Parker lo había investido, después de tomarle aquel juramento que el viejo tanto respetaba, brillaba orgullosa prendida de su solapa.

El terreno de la calle lucía diferente, pues el suelo polvoso se había transformado en lodo gracias a la lluvia que además le había obsequiado el aroma a tierra mojada que tanto gustaba al joven ayudante.

El muchacho caminaba sin prisa, como deseando no poner un pie en la funeraria porque sabía que al hacer acto de presencia, comenzarían de nuevo las preguntas y él tendría que hacer descripciones de la escena terrible que aun llevaba tatuada en las pupilas y que siempre le partiría el alma recordar.

El chico se reprochaba amargamente no haber podido sacar con vida a la niña.

—Parece que supieras lo que siento —susurró al cielo triste y gris mientras liaba y encendió su cigarrillo.

—¿Aun le das vueltas al asunto? —Preguntó el viejo a su espalda.

—No puedo dejar de pensar en eso…

—Es algo normal muchacho... necesitas darle tiempo al tiempo para que aprendas a vivir con el recuerdo y entiendas la lección de vida que se esconde detrás de lo ocurrido.

—¿Cuál es esa lección?

El Sheriff clavó sus ojos de acero en los ojos azules del muchacho mientras esbozaba una gran sonrisa y contestó con sorna:
—¿Cómo quieres que lo sepa? Se supone que es tu aprendizaje…

—Deje de ayudarme Sheriff —pidió el joven respondiendo al viejo con otra sonrisa y apuraron el paso con rumbo a la funeraria a presentar sus respetos a la niña fallecida.

***

—¡QUÉ TESORO! —Gritó el nativo sacudiendo sobre su cabeza un total de ciento veinte dólares y varias piezas de joyería que habían sido el monto final de aquel baño de sangre provocado esa tarde.

—Dame mi parte —ordenó Judy.

—Espera, antes de repartir hay que huir… si tu parte quieres gastar es una lección que no debes olvidar.

La muchacha suspiró exasperada ante las idioteces del nativo.

—¿Volvemos a donde el negro? —Preguntó ignorando lo anterior.

—No.

—¿Entonces?

—Ya veremos…

Montaron los caballos y se alejaron rápidamente del lugar.

 

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⏰ Última actualización: Aug 24, 2019 ⏰

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