12. Prohibido nuestro amor

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Fue en el momento menos indicado cuando su boca buscó la mía en la oscuridad de la noche, solo iluminados por la gran luna de una noche despejada de febrero. No esperaba aquello y al principio se notó cuando no supe qué hacer. Estaba tan sorprendida por lo que acababa de hacer que por un momento pensé en alejarme y salir corriendo, esconderme en las bancas de la capilla. Tenía miedo, estaba muerta de miedo por los sentimientos que podía despertarme una sola persona. Una persona que no era real.

A pesar de mis dudas, Julian no se detuvo, casi como si quisiera enseñarme a besar. Casi como si fuera el beso que siempre esperé en ese mismo lugar. Fue mágico, como en las novelas o en las películas, fue todo lo que había pedido en mis sueños de niñez. Llevó una de sus manos a mi rostro, apoyando suavemente los dedos en mi nuca y creando una pequeña presión para atraerme a él. Yo no opuse resistencia, sino que lo dejé llevarme hacia él, hacia su boca, hacia toda la perdición que alguien podía pedir. Lo había deseado demasiado como para fingir que de la nada no lo hacía. Solamente estaba sorprendida, abrumada, impresionada y un poquito avergonzada porque así era yo. Era muchas cosas al mismo tiempo. Pasión y miedo. Rojo y amarillo.

Lo había esperado, sin realmente saberlo y lo entendí cuando algo se encendió en ambos. Cuando correspondí, cuando entreabrí los labios para profundizar el beso y por unos segundos, todo se fue al demonio. Cerca de la capilla, siempre pecadores.

Su mano libre la llevó hacia mi cintura y tiró de ella nuevamente acercándome, aunque ya no podíamos acercarnos más. Era imposible que estuviéramos más cerca, no había más espacio para acortar en ese escalón. Escuché la bandera flameando arriba de nosotros junto a los sonidos de la noche. Mis labios se ajustaban con perfección a los suyos, deslizandolos sobre los de él, besandolos, acariciando y todas esas cosas que se podían hacer en un beso. No me importó nada en ese momento, yo lo deseaba todo. Nunca me habían besado con esa intensidad como para fingir que nada sucedía, como para ignorar la llama que había en nosotros dos.

Escuché una especie de quejido por parte de Julian y me di cuenta que había sido mi culpa, lo había mordido alejándome un poco de él para respirar. Lo miré a los ojos, sintiéndome pequeña, sintiéndome gigante y él solo pudo devolverme esa mirada tan intensa que a veces me dejaba sin voz, con la misma sed que una persona en el desierto. Su respiración me acariciaba los labios, haciéndome pequeñas cosquillas y recordandome que era real. Julian, mi personaje, era real y ahí estaba haciéndome ver estrellitas de colores.

—Acabo de besar al personaje de mi novela —comprendí, alejándome un poquito porque la situación era increíble, pero irracional al punto de la risa. Julian siguió comiéndome con la mirada, pero no pudo evitar reírse también, algo contento con mi felicidad. Empecé a reírme, casi una risa nerviosa que luego se convirtió en miles de carcajadas que llenaron la noche en Lincoln. Julian al principio se mostró confundido y luego, lentamente, comenzó a reírse conmigo. Eramos dos tontos, riéndo en la noche en un colegio al que habíamos entrado de manera ilegal.

Y por un momento nada se sintió más correcto.



Esa noche fue mágica de un modo que solo nosotros sabíamos apreciar y si bien volvimos a casa como si fuéramos los mismos, muchas cosas habían cambiado. Yo me sentía diferente. Me sentía querida como nunca antes y eso me llenaba el pecho de alegría. De una alegría que no era capaz de interpretar bien. Estaba contenta y eso hacía mucho tiempo que no me sucedía.

Esa noche pasó con tranquilidad, vimos alguna serie que no recuerdo en Netflix y luego cada uno se fue a su cama, como si nada hubiese pasado. Aun así, yo creía que los dos nos sentíamos diferente. Solamente nos estábamos dando un tiempo para pensar en todo lo sucedido. Para mi sorpresa, cuando volvimos a la casa se sintió un poco como la realidad nos atrapaba y los besos no volvieron. No quería creer que se habían quedado en el colegio, no podía permitirlo.

El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora