—¿Shirley? ¿Qué pasa?
Hernan me hablaba desconcertado del otro lado del teléfono y yo sabía el motivo: lo estaba llamando a la madrugada. Estaba todavía frente al mar, con mi precioso vestido caro y negro, mis zapatos llenos de arena y una sonrisa que no podía ver pero amaba. Había decidido llamarlo porque creía que las cosas tenían que cambiar. Yo tenía que cambiar finalmente.
—¿Te desperté? —me animé a preguntar, porque estaba siendo un poco desconsiderada en ese momento al llamar a un chico porque yo quería. Lo anoté en mi cerebro, esas cosas también tenían que cambiar. Tenía que dejar de ser tan egoísta.
—No, no, recién cerramos la cafetería. El corso nos está matando la vida social y las horas de dormir —me confesó mientras escuchaba mucha gente a su alrededor y sonreí, echando de menos a Lincoln por más que me sonara super extraño—. Pensé que estabas por acá, te iba a llamar... pero bueno, colgué.
—No estoy en Lincoln, estoy en Mar del Plata. Vine a un evento de escritores y bueno me acordé de vos.
—¿Por qué viste a un chico haciendo helado?
—Si querés pensar eso no te voy a detener —me atreví a bromear y no a confesarle la razón de mi llamado. Habría cosas que jamás diría en voz alta, sobre todo con respecto a Julian porque nadie las comprendería. Solo él y yo—. Quería saber si estabas disponible tomar algo.
—¿Ahora me estás invitando a salir? Que atrevida.
Me reí, sintiendo que las cosas podían ser realmente diferentes en segundos y que fácil cambiaba todo en el mundo. En un momento estabas tirada en el suelo, llorando en el baño de un evento y luego riéndote frente al mar. Sentía que las cosas estaban cambiando, pero, sobre todo, yo era un cambio constante. Mi editora había tenido razón, había que caer para levantarse. Me había caído, me había golpeado y había recibido golpes por donde se lo viera y aun así ahí estaba. De pie.
—¿Quieres o no? Sino puedo llamar a alguno de los pibes que conocí por tinder hoy —mentí, porque lejos estaba de haber contactado a alguien con esa aplicación del demonio. Del otro lado escuché a Hernán reír, encantado con mi manera de ser de un modo que yo desconocía pero me encantaba vivir.
—Sos terrible, ¿lo sabes?
—Me lo dijeron un par de veces, sí.
Las olas golpeaban con más fuerza y esperé sus palabras, sorprendida porque no me dijera nada. Entendí que había algo que le hacía dudar a Hernan y por unos momentos me pregunté qué iba a hacer si me dijera que no. Nada, iba a seguir adelante. No podía dejarme caer una vez que tanto había hecho para levantarme.
—Quiero, obvio que quiero...
—Pero...
—Pero hay una persona en mi vida que todavía no... todavía no se va —me confesó y yo humedecí mis labios al escucharlo, sintiendo que a mi me pasaba lo mismo. En ese momento, con esa magia única que él solo tenía, Julian apareció a mi lado. Sentado en la arena, vestido de camisa y pantalón de vestir como si hubiese ido a la fiesta conmigo—. Y no quiero faltarte el respeto teniendo a esta persona en la cabeza.
—Te entiendo...
—Dame un tiempo —me pidió cuando yo ya pensaba saludarme y desearle una buena noche—. Dame un tiempo para sanar y te prometo que seré un Hernán entero. ¿Me lo darás?
Me reí.
Tiempo era todo lo que tenía.
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El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]
ChickLitEN LIBRERIAS CON LA EDITORIAL MIRIFICAS. Cuando Shirley tenía nueve años creó su primer escrito para un taller de literatura que la haría aprobar el año. En ese cuento, creó un personaje basado en su persona, enamorada de su compañero de colegio Ju...