VII

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Aquella jodida alarma volvió a penetrar en mis oídos, provocando que un fuerte gruñido saliera de mi boca. Me tapé la cara con la almohada al recordar con quién me tocaba hoy; Jimin.

Lo odiaba, con toda mi alma. Sabía que aquellas cuatro horas con el enano gruñón iban a ser más que duras. Con mis ánimos por los suelos, me levanté de la cama para poder inspeccionar mi armario. Después de un par de minutos opté por unos pantalones de chándal holgados grises, una camiseta de tirantes blanca la cual se ceñía a mi cuerpo y para finalizar, las mismas zapatillas de deporte más el choker de color negro.

Con mi botella en una mano y el horario que me entregó Taehyung en la otra, me fui moviendo por la casa hasta llegar a mi destino. La puerta se encontraba cerrada, y sin preguntar por permiso, abrí esta misma. Miré a mi alrededor, este lugar sí que era grande. Esta estancia contaba con espejos por todos lados, sacos de boxeo rojos colgados del techo, muñecos hechos de látex para poder golpearlos, y por último pero no menos importante, en el centro del lugar se encontraba un enorme ring el cual me dio escalofríos de tan solo verlo.

Tragué saliva, nunca en mi vida había peleado contra nadie, ni siquiera en los típicos altercados del instituto donde la más perra de todas te empieza a comer la cabeza. Nada de nada. Realmente era una persona inútil, grande era la fe que sentían aquellos siete chicos si pensaban que yo verdaderamente haría la misión a la perfección.

- Has llegado temprano. - Aquella voz a mis espaldas me hizo pegar un pequeño saltito en mi sitio. Me giré repentinamente, observándolo ahora de cerca. Me recorrió de arriba a abajo para luego soltar una sonrisa sarcástica. - Al parecer sí que sabes hacer algo bien. - Definitivamente, lo odio. Pasó por mi lado chocando hombro con hombro desestabilizándome, para luego soltar una risilla que se me hizo de lo más repugnante. Lo seguí con la mirada, entró en el ring y se apoyó en las cuerdas rojas que bordeaban el cuadrilátero.

Sus ojos se clavaban en los míos con desprecio, sin pestañear siquiera. Admito que su semblante serio e intimidante daba muchísimo miedo, pero aunque estuviese temblando por dentro, no le iba a demostrar el efecto que causaba con su mirada. Aguanté su vista con la mía, subiendo incluso un poco mi barbilla; a esta acción el chico rodó los ojos totalmente molesto.

- Ponte a correr un poco mientras yo también caliento. - Su voz grave y rasposa hizo eco en toda la sala. Con los pelos de punta rodé los ojos y empecé a trotar. ¿Es que todo el mundo aquí quería verme correr? Existen otros ejercicios que te estimulan el cuerpo igual o incluso mejor que el de correr.

Mis ojos se volvieron a dirigir hacia Jimin, pegándome mentalmente a dejar que mi subconsciente empezara a decir incoherencias. Llevaba puesto una camiseta negra larga sin mangas que dejaba libre sus brazos, mientras que en las piernas se sujetaban unos pantalones de chándal cortos negros con los bordes blancos. Por último portaba unas vans negras algo desgastadas y viejas.

Cogió del suelo un trozo de venda mientras se la enrollaba fuertemente en los nudillos de su mano izquierda, para luego hacer lo mismo con la derecha. Sin previo aviso se acercó hacia un saco rojo para impactar su puño con gran fuerza. Sus golpes se volvieron seguidos mientras que el lugar se llenaba de los sonidos secos que provocaba el impacto, tuve que tragar fuertemente saliva cuando mis ojos me traicionaron e inspeccionaron su figura.

Su pelo grisáceo ahora se pegaba levemente a la frente por el sudor, mientras que sus ojos se clavaban sin pudor alguno en el objeto sin vida. Sus brazos se tensaban al propinar el golpe, logrando que todos los músculos de esa zona se marcaran, además de que los agujeros de la camiseta eran tan grandes que dejaban ver los abdominales del costado. Puede que Jimin fuera el cabrón más estúpido y egocéntrico que haya conocido, pero no puedo negar que el chico es muy atractivo, demasiado.

PerfidiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora